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Abraham Mendieta
El desgaste del modelo neoliberal que generó en los 2000s la primera ola de gobiernos progresistas en América Latina, y que se profundizó con la crisis capitalista de las hipotecas en el año 2008, encontró en la segunda ola de procesos progresistas, inaugurada por el triunfo de López Obrador en México hace cuatro años, el momento final de sus 40 años de egoismo y miseria para las mayorías sociales.
México y Colombia fueron los grandes ausentes de los procesos emancipadores de inicio de milenio, con realidades complejas marcadas por fraudes electorales y narcoguerras que retrasaron la victoria de la organización popular, y sin embargo son hoy, los liderazgos más firmes de las transformaciones en la región.
Más allá de los cambios geopolíticos que vienen para América Latina después de la más que posible victoria de Lula en Brasil, es evidente que algo ha cambiado ya en la manera de entender la política y la sociedad a lo largo de estos años. Hoy se respira un clima social diferente en las sociedades que sustentan los cambios políticos, se recuperó lo más valioso que el neoliberalismo nos robó: la sensibilidad compartida de una comunidad a la que le importa lo que le ocurre a los demás.
A mediados de los 60s y principios de los 70s, las manifestaciones culturales más valiosas de nuestros pueblos estaban marcadas de un profundo compromiso social al servicio de los que sufren, de los que quedaron atrás en el sistema: la nueva canción chilena con Víctor Jara y Violeta Parra, la trova cubana con Silvio Rodríguez, Carlos Puebla y Pablo Milanés, la música popular mexicana con Oscar Chávez, Amparo Ochoa y Gabino Palomares.
Hoy volvió a correr por nuestras venas la rabia ante los dolores del prójimo, hoy volvemos a entender la pobreza como una injusta consecuencia de la desigualdad y del abuso de unos pocos, y no ya como el fracaso.
