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¿Verdad o mentira?

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Un grito se escuchó en la plaza. Uno que, apenas hace seis meses habría concitado al linchamiento del emisor por su bajeza y el rencor acumulado en una multitud diversa y heterogénea:

–¡peña nieto… te extrañamos!

Quise comprender pero no pude, agobiado por la amnesia de un pueblo que olvida tan pronto como el paso de la guadaña sobre nuestras cabezas, veloz y rotunda la condenada. Me costó trabajo hasta que escuché decir a un gran amigo de esta columna:

–Es normal… el enfado se está revirtiendo.

–¿Cómo? ¿A menos de un mes de la asunción presidencial de López Obrador?

Los tiempos corren muy rápido como la imaginación. Me permití divagar y me vi ubicado, como testigo, en los salones renovados de Los Pinos, sin desnudeces en las paredes ni vacíos consecuencias de la rapiña imparable. Y ahí estaban los dos, enrique y Angélica, agresivos uno con el otro porque ella no quería viajar en el avión presidencial a causa de las frecuentes fallas en las computadoras del equipo. Él insistía en que todo estaba bien enfatizando sobre la comodidad de la aeronave.

El rostro de ella cambió cuando llegó Juan Armando Hinojosa, principal accionista de HIGA, la inmobiliaria y constructora favorita de la casa presidencial, con una noticia espléndida: ya estaba listo el túnel, al estilo de “El Chapo”, para conectar una vivienda de clase media con la espléndida “casa blanca” de Las Lomas, posibilitando así que la mansión pudiera ser habitada sin necesidad de dar explicaciones sobre la existencia ostentosa de sus dueños. Angélica voló como una gaviota a los brazos de Juan Armando y delante de su marido con escaso pudor.

En eso estaban cuando se escuchó un estruendo y se perfiló la figura del demonio con nombre de futuro presidente. Aquello fue terrible; era como el retorno a una insistente pesadilla que había obligado a enrique a contratar a los mejores terapeutas para quitarse de la cabeza cuarenta minutos infernales, a la vera del mismo Luzbel, cuando sobre él llovían los señalamientos terribles sobre la corrupción, la negligencia y el horror de su gobierno al paso de seis años de infinita miseria humana. Con una macana, recuerdo de Ayotzinapa, trató de exorcizar la estancia y salvarse por el momento de la ira del inframundo.

Ya tranquilo se felicitó porque los mexicanos lo extrañaran y hasta le pidieran tomarse “selfies”, la moderna forma de solicitar autógrafos sin gasto inútil de tinta. Sonrió apacible y decidió dormir un rato para soñar con sus residencias intocables desde la de Valle de Bravo hasta la de Malinalco, además de otros departamentitos en el extranjero para no gastar en hoteles en esta era de austeridad.

Belcebú pasó pronto. Todas las amenazas se diluyeron y pudo contemplar, a sus pies, el desierto de México en donde ya no crece una sola flor sin el abono de la corrupción. Mientras, la gaviota se iba a volar por alguno de los sitios más glamurosos del planeta. Una vida feliz.

Es día de los inocentes, qué conste.

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