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Militares infames

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Hace algunos años encontré en un restaurante yucateco, sito en la avenida de los Insurgentes, al sur de la Ciudad de México, al general y ex secretario de la Defensa, Juan Arévalo Gardoqui, el cobarde que no tuvo los arrestos para mirarme a los ojos y reconocer la intervención militar en el asesinato de Carlos Loret de Mola Mediz en febrero de 1986.
Aquel día, en 1991, tenía la sangre muy caliente y sentía que la de mi padre era, aunque suene terrible, mi mejor blindaje; creía, a ciencia cierta, que no se atreverían a tocarme por cuanto la opinión pública acusaba al ejército y al represor ex titular de Gobernación, el cínico y mal nacido Manuel Bartlett. Vi al general y le espeté a bocajarro:
–¡Aquí huele a asesino, a podrido! ¡Por favor, desígneme otra mesa, alejada de este charlatán de cuatro estrellas!
El que se fue, vestido de civil por cierto, fue Arévalo a quien jamás se investigó por solapar crímenes e instrumentarlos, a la sombra del poder civil cuya cabeza máxima era miguel de la madrid. La línea de la impunidad subía y sigue en alza en este, sangriento ya, 2018 –por ejemplo, son cuatro los periodistas asesinados en los primeros cuarenta y cinco días del año–.
Como Arévalo, el de los ojos vidriosos, sus sucesores han sido pare de la canalla oficial y destaca, entre ellos, Enrique Cervantes Aguirre, quien fungió como ministro bajo las órdenes del gran simulador zedillo, cuyos nexos con el narcotráfico fueron escandalosos y no pudieron ser ocultados con lo que la impunidad creció sólo por los arrestos presidenciales en una nación carente de contrapesos en la esfera del poder absoluto. Ni un solo senador, no digamos los diputadillos sacados de las chisteras de los alquimistas, se atrevía entonces a dar la cara a los mandatarios y conminarlos a someterse a la soberanía popular, el bien mayor de la ciudadanía derrochado por la clase política que ahora se burla abiertamente de ella.
Con el general Gerardo Clemente Ricardo Vega García, el foxismo negoció su permanencia con un soterrado acuerdo de no agresión con el crimen organizado, revisado por las “muchas faldas” de Martita. Ello le permitió a aquel mandatario, quien sufre por las amenazas de Andrés sobre su millonaria pensión, arrinconarse y dejar pasar el tiempo traicionando a cambio por él propuesto.
Luego vendría Guillermo Galván Galván, supeditado a las órdenes de Genero García Luna, el intocable personero de calderón, quien dio inicio a la inútil “guerra” contra los capos que ha humillado a las Fuerzas Armadas; y, por último, el general Salvador Cienfuegos Zepeda, quien se quedó sin doctorado honoris causa con el que pretendía “tapar” las tantas tumbas clandestinas acaso abiertas por sus ordenanzas, como en San Pedro Limón, Tlatlaya, en el Estado de México.
No me da la gana, con estos antecedentes, sumarme a las “felicitaciones” fatuas a la soldadesca con motivo de su “día” cuando todo se ha vuelto noche en las refriegas incesantes en no pocas ciudades de la herida República.

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