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Jorge Gómez Naredo
Quienes hoy se sienten amos del Instituto Nacional Electoral (INE) presumen que las elecciones desde el 2000 han sido ejemplares, que no ha habido fraudes, que la democracia en México es radical, y que ni se hable de trampas porque desde 2000 no existen. Presumen que el INE y su antecesor, el Instituto Federal Electoral (IFE), son los artífices de la democracia y que, sin esas instituciones, México sería un país de
bárbaros donde sus habitantes se matarían por el control político.
En esta lógica, catalogan al INE como la institución pilar de todo lo bueno que tiene nuestro país. Sin ella -repiten- no habría nada más que violencia e inestabilidad o, en su caso, un tirano que no permitiría
elecciones libres. Pero eso que repiten, no es cierto. En 2000, cuando José Woldenberg era el consejero presidente del IFE, hubo fraude. Lo que pasa es que, como la elección no fue cerrada, los procesos postelectorales disminuyeron. En ese año, el PRI (con el conocido como Pemexgate) y el PAN (con los Amigos de Fox) realizaron fraudes. Es decir, las elecciones de 2000 no fueron tan inmaculadas como las presumen.
En 2006 hubo un fraude de verdad escandaloso. Hasta el supuesto triunfador de la elección, Felipe Calderón, lo aceptó cuando afirmó que había ganado “haiga sido como haiga sido”. En 2012 nuevamente hubo fraude. El PRI cometió cientos de irregularidades. Estuvieron involucrados el banco Monex y las tiendas Soriana. Pero claro, el IFE lo permitió. En 2017 nuevamente hubo un fraude en el Estado de México. En 2018, cualquier fraude que hayan cometido el PRI o el PAN se vio insignificante por la abrumadora victoria de AMLO.
Así pues, el INE no ha garantizado las elecciones limpias que dice que garantiza. Ha habido fraudes, irregularidades, etcétera. Y, además, el INE se ha transformado en un organismo con una burocracia dorada. Así
que, esa historia de que con el INE no hay fraudes, es un cuento que usan los que se sienten dueños de ese organismo para no perder sus privilegios.
