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Jorge Gómez Naredo
Cuando tenía como seis o siete años, una
tía -que amaba el futbol- me dijo que en los Mundiales los europeos ganaban en Europa y los americanos en América.
Me lo decía así: “Europa es para los europeos y, América, para nosotros, los americanos”. Y agregaba: “sólo Brasil ha logrado la hazaña: les ganó a los europeos en Suecia”.
A mí, pequeño que no entendía mucho, sólo me quedaba una idea de eso que me decía mi tía: los americanos somo uno y andamos siempre en unidad.
Después investigué e, histórica y estadísticamente, mi tía tenía razón. Vinieron entonces Mundiales en Asia y África, y eso descuadraba un poco la hipótesis de mi niñez, pero también se repartieron las copas: una la ganó un americano y la otra, un europeo.
Fue entonces que en 2014 vino la gran afrenta europea: los alemanes ganaron en América. Para mí fue como una invasión. Y lo hacían los germanos ni más ni menos que en el país que detentaba más Copas el Mundo: Brasil. Eso fue inaceptable.
Así pues, desde pequeño, concebí el fútbol de los mundiales como una lucha entre americanos y europeos. Y debo reconocerlo, dese esa época, me gusta que pierdan los europeos (quien sea) y ganen los americanos (quien sea).
Así pues, ayer que ganó Argentina el Mundial ante un equipo francés que quería lograr lo que sólo ha hecho un americano (Brasil), estallé de alegría. Y es que, apoyar a un equipo americano en una Copa del Mundo -al menos para mí- es apoyar el sueño de Simón Bolívar.
Y creo que no estoy tan errado: el fútbol de los Mundiales, aunque es deporte y genera millones y millones de dólares siempre para unos cuantos, significa también para millones una oportunidad de reafirmar alianzas, prioridades y sueños.