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Ricardo Sevilla
Los pseudointelectuales de la derecha están que no los caliente el sol. Y es que, una y otra vez, el presidente López Obrador exhibe sus miserias. Ayer, por ejemplo, el primer mandatario afirmó que hay “periodistas” que están enojados porque ya no reciben dinero del Gobierno. Y asegura que en entre ellos sobresalen Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y Beatriz Pages.
López Obrador detalló que estos personajes, que son conocidos como intelectuales orgánicos, vendieron a gobiernos pasados suscripciones (de sus propias publicaciones) que iban de las 8 mil a las 10 mil revistas.
“¿Cómo no va a estar enojado Guillermo Sheridan?”, afirmó el presidente.
López Obrador también sostuvo que un sujeto llamado Daniel Moreno Chávez, formado en las filas del periódico Reforma, alguna vez tuvo “ganas de hacer un periodismo plural, profesional, cercano a la gente”, pero llegó a la empresa de Alejandro Junco, donde a los periodistas “los meten al redil y los derechizan”.
Y tiene razón el presidente. Tipos como Daniel Moreno, que se dan aires de pureza y se jactan de ser muy objetivos e independientes, en el fondo, cojean del mismo pie: la corrupción y la venta de conciencias. Son “periodistas” cuyo trabajo tiene precio.
Desde luego, los señalados dirán que no, pero la realidad y los datos duros saltan a la vista. ¿A qué se debe la campaña de ataques contra el Gobierno federal? A un vil resentimiento. La animadversión que sienten los viejos proveedores de un régimen corrupto que pagaba a sus intelectuales orgánicos para exaltar sus (falsos) “logros” y sus “buenos resultados”.
¿Y a qué se debió la campaña de desprestigio contra la periodista Sanjuana Martínez? A lo mismo: a la ojeriza de un grupo de distribuidores de contenidos (pagados) que, de un sexenio a otro, se quedaron si su millonario chayote.
¿O a qué cree usted que obedece la virulenta embestida mediática contra Yasmín Esquivel? A que se trata de una ministra que, decidida a enfrentar a la casta dorada de la Corte, decidió velar por los intereses del pueblo.
Seamos tajantes: en el “periodismo” corporativo, la batalla no ha sido por el periodismo ni por la objetividad, sino por el dinero.
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