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UNA DE LAS DECISIONES POLÍTICAS MÁS IMPORTANTES DEL GOBIERNO ES LA ELABORACIÓN del Presupuesto para el año siguiente. Deben aplicarse medidas para estimular el crecimiento y evitar dispendios o excesos que dañen el bienestar de los gobernados.
No se trata de inventar un número y gastar dinero. En economía el equilibrio es lo fundamental para lograr bienestar para la sociedad. Al romperlos, se daña a los más pobres, con inflación. Como quiera los ricos, enfrentan la inflación con algunos sacrificios, pero los pobres tienen que sufrir lo indecible.
Lo vivimos a principios de los ochenta. Malas decisiones económicas de Luis Echeverría Álvarez, aniquiló el ritmo de crecimiento económico que, precisamente el actual presidente López Obrador elogió, como el llamado “desarrollo estabilizador” de los sesenta, que encabezó el entonces secretario de Hacienda (en los gobiernos de Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz), Antonio Ortiz Mena.
Echeverría usó el presupuesto como si fuera dinero suyo. Creó organismos políticos y sociales que sólo sirvieron para el despilfarro de recursos y, por si fuera poco, demolió las estructuras económicas al estimular la corrupción.
López Obrador tiene razón al acusar que unos de los males endémicos de nuestro país y que sumió en la miseria a varios sectores de la población es la corrupción.
El uso de los recursos económicos debe ser responsable y, fundamentalmente, para estimular el crecimiento mediante estímulos fiscales a empresarios para crear empresas y empleos, para que éstos demanden productos y haya la necesidad de crear más empresas.
La política fiscal no debe ser clientela para perpetuar un partido en el poder, como ocurrió en el priísmo. Debe ser para beneficio y bienestar de todos, absolutamente todos los mexicanos.
