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Arreando al Elefante | La UNAM al ataque

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Ricardo Sevilla

Ayer recibí un mandamiento judicial, donde me imponen no hablar de ciertos personajes de la UNAM. Lo acato. Pero, por otro lado, debo decirle que la Constitución protege la libertad de expresión. Y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pese a sus muchos yerros, ha acertado en algo: que cuando está en pugna el derecho a la libertad de expresión contra el derecho al honor, el primero es prioritario.

Así que, aunque me amenace la burocracia dorada de la UNAM, continuaré exhibiendo la corrupción donde sea que la encuentre. Para enojo de la camarilla que opera en la rectoría, seguiré presentando los datos duros que arroja, siempre, el periodismo de investigación. ¿Qué clase de periodista sería si no lo hiciera?
Y si sigo encontrando corrupción en la UNAM (y, lamentablemente, hasta hoy ha sido así), mi obligación es presentar los hallazgos de mis pesquisas.

Si no cesan los abusos y las triquiñuelas del oftalmólogo y sus secuaces, proseguiré alzando la voz ante la fermentación que invade a la máxima casa de estudios.

Que me pagan por “pegarle a la UNAM”, dicen algunos bots, pertrechados en su cobarde anonimato. ¡Ridículos! Le seré muy claro: lo que los influyentes personajes de la rectoría no me perdonan es que haya osado investigar a una ralea de atracadores que, ocultos tras disfraces de respetables académicos, se han encargado de saquear al erario.

Lo que ese grupo de cleptómanos fosilizados tampoco me dispensan es que, hacia el final de su rectorado, le haya arrebatado la careta al protagonista de todas esas raterías: Enrique Graue, un falso doctor que se empeña en seguirse ostentándose como si realmente lo fuera. Muy grande debe ser el narcisismo de un personaje que, descubierto en sus mentiras, continúa obstinado en su farsa.

Hace un mes vino la amenaza, hace unas semanas el ninguneo, ayer una demanda. Y todo ese despliegue para combatir a un periodista que lo único que tiene para defenderse es el rigor de su pluma. Entristece ver cómo una institución cuyo propósito, al menos en teoría, era estar al servicio del país y de la humanidad, hoy es reducida, por una camarilla de saqueadores, a una burda persecutora de las libertades.

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