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Por Eduardo López Betancourt
En la sociedad contemporánea, la relación entre padres e hijos se encuentra en una encrucijada. La crisis de autoridad y respeto ha generado un vacío de valores y principios que amenaza con desestabilizar la estructura familiar y social.
La autoridad paterna, alguna vez considerada sagrada y jerárquica, ha sido cuestionada y debilitada, los padres ya no son vistos como figuras de respeto y guía, sino como simples compañeros de viaje, algo que ha generado falta de límites y responsabilidades en los hijos. Nótese, esto se refleja en la rebelión contra la autoridad que se observa en la sociedad, o sea, los jóvenes ya no respetan ni a las instituciones, esto se debe, en buena medida, a la falta de liderazgo y ejemplo por parte de los adultos. La libertad y la autonomía han sido elevadas a la categoría de valores absolutos, mientras que la desestabilización y las bajezas están tomando posiciones privilegiadas.
Desde una perspectiva filosófica, esto que vivimos, se puede analizar a través de la lente de la Teoría del Contrato Social, de Jean-Jacques Rousseau, quien decía que la autoridad se basa en el consentimiento y la obediencia voluntaria. Sin embargo, actualmente este consentimiento ha sido retirado; desde un ángulo sociológico, como ya dijimos, la crisis se puede entender como un reflejo de la descomposición de la estructura social, donde la familia, como institución fundamental, ha sido debilitada por la fragmentación y la individualización; en el ámbito religioso, el mando paterno se considera un reflejo de lo divino, así, la falta de respeto hacia los padres, es un pecado y una ofensa.
En síntesis, la crisis de la autoridad y el respeto en la relación entre padres e hijos es un problema complejo y multifacético que requiere una profunda reflexión y más aún, acción concertada en restaurar los valores y principios que han sido perdidos. Es hora de encontrar un nuevo equilibrio entre la libertad y la responsabilidad. Los padres deben ser objetos de respeto y los hijos actuar con obediencia, sin pretender una absurda e inexplicable competencia.