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Por Jorge Gómez Naredo
Estados Unidos está en decadencia como imperio hegemónico, pero no por ello deja de ser imperio y deja de intervenir en asuntos que les competen a otras naciones. La historia del injerencismo estadounidense es muy amplia.
El pasado 22 de agosto, el embajador de los Estados Unidos en México, Ken Salazar, difundió una misiva donde afirmó que “Basándome en mi experiencia de toda una vida apoyando el Estado de Derecho, creo que la elección directa de jueces representa un riesgo mayor para el funcionamiento de la democracia de México. Cualquier reforma judicial debe tener las salvaguardas que garanticen que el Poder Judicial sea fortalecido y no esté sujeto a la corrupción de la política”.
Esta declaración es una agresión a la soberanía mexicana, pues es inadmisible que un representante del gobierno de otro país dé opiniones sobre lo que deberíamos hacer o no los mexicanos.
Por eso, en su conferencia matutina del 27 de agosto, el presidente López Obrador reafirmó la condena a esta declaración y anunció que la relación del Gobierno de México con el embajador estadounidense estaba en pausa hasta que “de parte de ellos [haya] una ratificación de que van a ser respetuosos de la independencia de México, de la soberanía de nuestro país”. Y añadió: “mientras no haya eso y sigan con esa política, pues hay pausa”.
Y, además, sentenció nuestro mandatario: “Tienen que aprender a respetar la soberanía de México, no es cualquier cosa, porque nosotros no vamos a darles consejos allá, ni a decir qué está bien y qué está mal. Entonces, queremos que sean respetuosos, que haya una relación recíproca en cuanto al respeto a las soberanías”.
La declaración de Ken Salazar es muy delicada, porque vulnera nuestra soberanía y es una falta de respeto de los Estados Unidos a nuestro país. El presidente López Obrador (que conocer a profundidad la historia) lo entiende y por eso su postura fue tan enérgica. Está defendiendo nuestra soberanía, y eso es de aplaudir.