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RICARDO SEVILLA
Finalmente, la pesadilla de muchísimos argentinos se cumplió: Javier Milei ganó. Ya no es una posibilidad. Este personaje grotesco, pedante, soberbio y ultraderechista es, desde el domingo, el presidente electo de Argentina.
Milei, el personaje deleznable que buscará abolir el banco central y que amenaza con adoptar el dólar estadounidense como divisa argentina, por increíble que parezca, ha ganado las elecciones en la patria de Jorge Luis Borges y Alejandra Pizarnik.
Ya no es una probabilidad. Esa es la realidad, durísima, a la que se enfrentarán los argentinos.
Milei, el virulento, el machista, el resentido, gobernará los próximos cuatro años sobre Argentina, una nación de 46 millones de habitantes. El “loco”, como lo apodan, conducirá el destino político de
uno de los países que tiene algunas de las mayores reservas mundiales de petróleo, de gas y de litio.
Enchina la piel saber que Argentina tendrá un presidente con nula responsabilidad social, un sujeto que, según sus propias amenazas, se encargará de poner la educación y la salud en manos privadas. Y no sólo eso, sino que también mandará la ciencia y la tecnología al cesto de la basura.
Muchos se dejaron seducir por este sujeto que tiene la lengua rápida. Porque Milei, el lenguaraz, habla copiosamente. Pero no es un conversador agudo y perspicaz. ¡Para nada! “El Peluca” no es un hombre de ideas precisas. Es un sujeto farragoso, un tipo de ideas revueltas.
A diferencia de personajes como el presidente López Obrador, que sabe callar para escuchar atentamente a sus interlocutores, Milei no sabe guardar silencio ni escuchar. O peor aún: no le interesa oír.
Y es que Milei, el narcisista, no escucha más que a su propia voz o las voces de sus mascotas.
Y esos sonidos, que sólo habitan en la cabeza de este demente, taladrarán el alma del pueblo argentino.
El domingo cayeron los débiles muros de la sensatez. Y, lamentablemente, las mayorías fueron quienes tomaron esa decisión; una decisión que, en lo venidero, les hará la vida sumamente complicada. Querían un cambio. Y ya lo tienen. Pero no será para bien.