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Ana María Vázquez
250 mil personas reunidas en el Zócalo, entre sol y lluvia, esos, a los que les han negado hasta la existencia es el pueblo que “no existe”, según Ciro Murayama, pero que hicieron retumbar al Centro Histórico gritando a coro a su presidente: ¡el pueblo, el pueblo, el pueblo!, esos que acuden al llamado cada vez que Andrés Manuel López Obrador los convoca. No es fácil llenar el Zócalo y hasta ahora, es el único que lo ha llenado no solo una vez sino varias.
La ceguera de Murayama es la de muchos que se han negado a ver y escuchar las voces de ese pueblo humillado, saqueado y que para ellos es un engranaje más, ni siquiera tienen título de personas, son solo el “homo faber”, que hace, el que fabrica, el que solo está para trabajar y no tiene el derecho de quejarse porque su voz no existe y que solo es útil para el servicio porque es “naco”, “feo”, “mexicano”, no ha cursado maestrías ni doctorados; sirve para servir, ante el “homo sapiens-sapiens” de la cúpula derechista.
Estos “neoconquistadores”, la élite, la cúpula dorada se va quedando sola, los partidos que los representan, otrora poderosos caciques, no han podido en cinco años descifrar el éxito de López Obrador; el humanismo, un lenguaje que les es ajeno.
El pueblo existe, y la dignidad arrebatada les fue restituida por un presidente que nos hizo voltear hacia nosotros mismos, a nuestra riqueza interior, más grande que la de cualquier millonario de los fabricados por Salinas; el pueblo que si existe se congregó para escuchar lo que su presidente tenía que decirles y como siempre, fue más una fiesta popular que un acto político. En las redes, miles seguían la transmisión en directo haciendo eco a la voz que los medios públicos le siguen negando hasta ahora.
“Con el pueblo todo, sin el pueblo nada”; “el pueblo pone y el pueblo quita”, dos frases que pintan de cuerpo entero a quien las dice, contrario a “el pueblo no existe” y que representa el fracaso de todos los ataques y manipuleos con los que la oposición ha querido envolver a los ciudadanos.
Ante la doctrina de “callar y obedecer” impuesta a sangre y represión, el humanismo resurge de la voz de ese pueblo que sí existe.
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