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Fin de semana en San Jacinto

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El jardín evoca a los parques de pueblo, donde la gente del lugar pasa la tarde y descansa

EL 12 DE SEPTIEMBRE de 1847 en la plaza de san Jacinto fueron ejecutados los hombres que for­maban el Batallón de san Patricio, formado por más de un ciento de irlandés y un grupo de alemanes que se unieron al ejercito mexica­no para combatir la invasión del ejercito estadounidense. En un muro de una casona de esta plaza hay una placa en cantera donde están grabados los nombres de estos hombres.

La plaza de san Jacinto vale la pena visitarla, tiene su jardín del arte donde pintores venden su obra, en la calle de Juárez, en el mismo jardín, está la casa de Joa­quín Fernández de Madrid y Ca­nal, quién trabajaba de Obispo de Tenagra. La casa años después tuvo habitantes ilustres como el escritor José Zorrilla, autor del famoso Don Juan Tenorio, tam­bién la habitó Antonio López de Santa Anna, sí su ilustrísima, pero cómo no, si era arroz de todos los moles, ahora la casona alberga el Bazar del sábado, un lugar donde venden artesanía de diferentes rumbos del país.

Adelante está la casa de Isidro Fabela, ahora es el Museo del Risco, tiene una gran acervo cul­tural, como la fuente de la casa, está pegada a un muro y ahí se le­vanta sobre el muro una cantidad de objetos de porcelana, se dice llegaron con la Nao de China, era una nave que llegaba del oriente con objetos de aquellas tierras para comerciar, aunque dicen, que no era Nao sino un barco, y no era de China, llegaba de las Filipinas.

El Jardín de san Jacinto evo­ca los jardines de pueblo, donde la gente del lugar pasa la tarde, como los señores mayores, llega­dos del pueblo de Tizapán que charlan con sus amigos en estas bancas. En la esquina con Madero está la célebre cantina La Came­lia, donde los actores jóvenes lle­gan en la noche a hacer su fiesta.

Si a usted no le gusta codearse con la farándula lo puede hacer con el pueblo denso, a una cua­dra del mercado está la cantina La Invencible, es un cuarto, tie­ne dos entradas, el lugar está en penumbras, si entra los pocos pa­rroquianos lo miran con cara de malos amigos. Salimos y al dar la vuelta encontramos el Museo de las Revoluciones, el chiste de esta casona es su leyenda, dice, ahí se escondía Chucho el roto después de cometer sus atracos, por cier­to en esa calle hay un negocios que venden crepas y tortas a la vez, digo que tanto es tantito.

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