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Todo comienza en la época de los aztecas, en la que ahora conocemos como calle de Moneda, entre Seminario y Licenciado Verdad, las construcciones que se levantaron en esa calle fueron de las primeras que hubo después de la caída la Tenochtitlan, ahí se encontraba la pirámide o templo del dios protector de los guerreros, el señor del inframundo, Tezcatlipoca. Los conquistadores sobre el basamento de este templo construyeron el Palacio del Arzobispado.
Primero fue una construcción nada suntuosa, pues pertenecía a un soldado de Cortés, por orden rey de España este debió repartir terrenos como gratificación por su participación, a sus soldados, al dibujarse la ciudad sobre el trazado del alarife (ayudante de arquitecto) Alonso García Bravo ordenado por Cortés, a estos soldados les tocaron terrenos en el recinto sagrado, entre ellos el soldado que fue propietario del terreno que ahora ocupa el Palacio del Arzobispado.
Los soldados en esos años salían constantemente a expediciones bajo las órdenes de Hernán. Y como estaban expuesto a morir, firmaban un “poder” casi siempre a nombre de la iglesia para que cuidara de sus bienes.
El terreno de esa construcción lo elige el arzobispo Fray Juan de Zumárraga para construir el arzobispado, con el paso de los siglos fue creciendo en majestuosidad la construcción hasta llegar a ser el Palacio que hoy conocemos, siendo uno de los bienes protegido por la Nación y ahora es el Museo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
Pero primero tuvo que suceder que a Juan Diego se le apareciera la virgencita de Guadalupe, en el tiempo que sucedió lo de la Guadalupana, era arzobispo Fray Juan de Zumárraga, y fue Juan Diego hasta la casa del arzobispo y tocó la puerta, al principio no le hacen caso, se aferra y lo recibe Zumárraga y ahí deja caer las rosas y aparece la imagen de la Virgen de Guadalupe, digo qué tanto es tantito…