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DAVID LEÓN ROMERO-EL ATLETA
Los integrantes de la administración entrante nos invitan a dar nuestra opinión en torno a la continuación de la construcción del nuevo aeropuerto en la Ciudad de México. No tengo presente en la memoria cuándo fue la última vez que mis autoridades me pidieron mi opinión fuera de la época de campaña.
Usualmente hemos sido partícipes de la democracia representativa, es decir, habíamos elegido autoridades que decidían por nosotros y que una vez electos nunca más volvían a tocar a nuestra puerta. La invitación de la que ahora somos objeto consiste en brincar a la democracia participativa, donde nosotros tomamos parte en aquellas decisiones complejas y controvertidas.
La pregunta es a todos los ciudadanos, ¿Por qué a todos? Porque el gobierno –de todos–distraerá energía y presupuesto – de todos– en construir un aeropuerto y dejará de utilizar estos recursos para otros proyectos. ¿Por qué la pregunta y no la imposición? Porque el gran cambio que la nueva administración promueve, radica en la participación de los mexicanos en la toma de las decisiones. El cuestionamiento marca un antes y un después en la forma de gobernar. ¿Cuántas administraciones hemos visto pasar que abandonan las obras de sus antecesores sin mayor explicación o previa campaña de descalificación? Muchísimas, sin embargo, el gobierno entrante pudiendo hacer lo mismo, estando o no de acuerdo con la obra, con un gran sentido de responsabilidad de los esfuerzos ya invertidos, se detiene a pedir nuestra opinión. Creo que muy pocos individuos están en contra de los beneficios que puede traer la construcción de una gran obra, sin embargo, el caso que nos ocupa está enredado con un sin fin de elementos dignos de poner en la mesa para ser revisados: sospechas de corrupción, gasto desmedido, impacto ambiental, magnitud del proyecto, entre otros.