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Después del niño ahogado a tapar el pozo, reza el viejo adagio que le viene a modo al Partido Acción Nacional, que parece ser el más afectado, en la conclusión de los comicios del 1 de julio.
Al inicio del proceso electoral, el análisis sobre los comicios ponía al PAN con un cúmulo de posibilidades de triunfo de su candidato presidencial, avalado, además por el PRD y MC y lo situaba como favorito para retener los gobiernos de Guanajuato, Veracruz y Puebla, además de sumar el de Yucatán y disfrutar de la eventual victoria de su socio, el PRD en CDMX.
El resultado de los comicios mostró la irrealidad en que vivían los vaticinadores del partido blanquiazul. Su candidato presidencial (Ricardo Anaya Cortés) quedó en segundo lugar, pero distante más de 30 puntos del ganador, Andrés Manuel López Obrador de MORENA.
Como si ello fuese poco, perdieron en Veracruz y en CDMX, su aliado, el PRD, quedó lejano del partido ganador, MORENA. Yucatán les devolvió el aliento y Puebla, por pequeño margen era retenido. Guanajuato se mantuvo como su reducto.
Para lo mal que les fue en la presidencial, los panistas se quedaban con tres gubernaturas y dos alcaldías en la Ciudad de México y se mantenían como la segunda fuerza (menguada) en el Congreso de la Unión.
Surgieron los reproches al interior del partido, la pugna provocó divisiones, reclamos y la disputa del poder y abrió brecha entre los altos mandos.
Con todo y ello, los panistas convocaron a una elección para la nueva dirigencia, en la que se encuentran inmersos, mientras reciben más malas noticias. La elección en la alcaldía de Coyoacán, en la que triunfó su candidato Manuel Negrete, fue anulada y la de Puebla, donde Martha Erika Alonso, abanderadxa blanquiazul, mantuvo una ventaja de 120 mil votos sobre Luis Miguel Barbosa de Morena, fue impugnada y se fue al conteo de voto por voto.
