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Llegaron los vientos de cambio al Legislativo, donde los antes poderosos ya no lo son y los relegados y catalogados como minoría inofensiva crecieron a pasos agigantados, tanto que pulverizaron a los demás.
Aquellos a los que Diego Fernández de Cevallos ubicó como chiquillada, tuvieron que cambiar sus siglas para, con otra piel, convertirse en una aplanadora y triturar a los que durante décadas los menospreciaron.
PRI y PAN, pasaron a ser esa chiquillada, de la que se mofaban los antes poderosos que se alternaban el control del Legislativo y que con todo y ser aliados no acordaban los cambios constitucionales propuestos por unos y otros y que finalmente resultaban ser los mismos.
Fue hasta esta administración cuando acordaron, mediante canonjías de unos a otros que decidieron darle curso a las tan cacareadas reformas en diversos rubros, las mismas que los ahora poderosos desdeñan.
Lo que antes se rechazaba hoy se propone, lo que fue aprobado ahora se rebate, mientras el país se acostumbra a un esperado cambio, ofrecido con anterioridad, pero jamás ejecutado.
Durante largos lustros se acusó que el 1 de septiembre, catalogado por algunos como el Día del Presidente, debía ser borrado y que el Ejecutivo federal tendría que presentarse ante diputados y senadores para ser cuestionado e intercambiar información de manera directa.
La presencia del Presidente en San Lázaro fue evitada y se cambió la liturgia para que se entregara un documento, aunque hábilmente se decidió que uno o dos días después el Presidente rindiera su informe, ante otro público, más acorde y que se rindiera ante sus encantos.
Ahora surge la posibilidad de que el nuevo Presidente acuda ante los legisladores y pueda ser cuestionado, dentro de la modernidad que este poder puso en marcha desde el sábado.
No pasará mucho tiempo para saber cómo maneja MORENA su mayoría en ambas cámaras.