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En 1983, Andrés Manuel López Obrador se convirtió en el presidente más joven en dirigir el Partido Revolucionario Institucional en Tabasco, pero el cargo apenas le duró menos de siete meses.
Desde que asumió el puesto, el 28 de enero de ese año, su liderazgo fue atacado por los grupos rancios de poder, que vieron en aquel político de apenas treinta años a un a intruso que amenazaba sus intereses, además de desestimarlo por no contar con trayectoria política de años de ocupar otros cargos.
Apenas el año anterior, el entonces candidato a gobernador Enrique González Pedrero lo había invitado a dirigir el Centro de Estudios Políticos y Sociales del PRI. En ese breve periodo, López Obrador y su equipo diseñaron un mecanismo para bajar obras públicas a los municipios y proteger del robo el erario público.
El día en que asumiría el cargo como presidente estatal del tricolor, el 28 de enero, una bola de inconformes, encabezados por uno de los delegados, José Ángel Buendía, bloqueó la puerta principal de la sede del tricolor. Los manifestantes reclamaban que había habido una imposición e impugnaban los votos de delegados que daban por ganador al tepetiteco.
Andrés Manuel aguantó hasta el día siguiente, en que les dio la vuelta al ingresar a la sede en plena madrugada, acompañado de sus seguidores y cuando los quejosos estaban roncando. Ya nada pudieron hacer.
En su discurso de asunción, hizo una autocrítica al partido que dirigiría y señaló a quienes se oponían a cualquier cambio que afectara intereses privados.
“Tenemos que ser autocríticos y hablar con la verdad, reconocer nuestra incapacidad, reconocer nuestra deficiencia, por ejemplo, en la lucha contra el caciquismo, que como remanente del antiguo régimen, no tan sólo se volvió a fortalecer, sino que adquirió nuevas características, que provienen de la indigente y justificada mezcolanza del poder político y el poder económico, que tanto daño nos han causado”, pronunció hace 34 años.
Pero los zaranderos no cesaron, sino arreciaron. Los grupos de poder se sentían agredidos porque su líder estatal no procedía desde arriba y respetando jerarquías, sino que iba conformando en plazas públicas de los 17 municipios comités seccionales.
La confrontación inevitable es contada por Alejandro Trelles y Héctor Zagal, en el libro AMLO (Debolsillo, 2006): “Esto lo enfrentó a varios alcaldes, particularmente con Gustavo Rosario Torres (de Centro). Los agraviados se quejaron con González Pedrero que Andrés Manuel se comportaba con ellos como un contralor y les fiscalizaba el cumplimiento de sus promesas de campaña. También lo acusaban de difundir ideas socialistas en las comunidades”.
Ya sea porque el gobernador González Pedrero les creyera o para apaciguarlos, el 16 de agosto de 1983, se anuncia la renuncia de AMLO a la presidencia del PRI y se le nombra Oficial Mayor del Estado. Al acto para sumarse al gabinete, López Obrador rindió protesta ante José Eduardo Beltrán, quien era Secretario de Gobierno, y ahora es uno de sus seguidores en Morena.
Pero, ese mismo día, el joven político da respuesta una inédita al mandatario, lejos del lenguaje de sumisión y gratitud a superiores que predominaba.
“Desde siempre mi trabajo lo he dedicado a servir a los intereses mayoritarios de mi pueblo. Hoy, usted me brinda la oportunidad de ocupar el honroso cargo de Oficial Mayor de gobierno, que sinceramente siento me aleja de ese propósito fundamental.
“En consecuencia, agradezco la intención y el apoyo que siempre obtuve de su parte, esperando comprenda mi renuncia que concrete de rebuscar le estoy presentando”, asentó en una carta que él mismo difundió en a algunos diarios locales. Desde entonces, Obrador inició su distanciamiento al PRI.