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Culiacán, Sinaloa
Una de las localidades que pertenece a la sindicaturas de Pericos se vistió de luto tras el ataque del grupo armado.
Pocos habitantes salían de sus casas a realizar sus actividades diarias, mientras que las mujeres adultas se veían a las afueras de sus vivienda platicando sobre lo sucedido.
Era evidente que había miedo, al no saber con certeza quiénes habían llevado a cabo tan sangriento hecho.
La iglesia del pueblo, a la cual catalogaron como ser una de las mas añejas de Sinaloa, cerró sus puertas.
Los niños, por su parte, salían de sus casas con el permiso de sus padres, pero sin preguntar nada, solo iban a realizar las tareas que les habían encomendado.
Algunas que otras personas se solidarizaron con la familia afectada y les ayudaron a reportar los hechos ante las autoridades. Otros más reprocharon el violento actuar, ya que había menores dentro de la casa y no les importaron.
Asimismo, el olor a pólvora aún no desaparecía y se esparcía en el aire; asimismo, los estragos del ataque quedaron sellados en las paredes.
