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REDACCIÓN
GRUPO CANTÓN
En el norte del Estado en Acambay, la palabra “seguridad” suena más a deseo que a realidad. En este municipio, la violencia dejó de ser un hecho extraordinario para convertirse en una constante que combina delitos federales y del fuero común, dibujando un panorama donde el miedo convive con la desconfianza hacia la autoridad.
El episodio más reciente lo confirma: un enfrentamiento entre policías municipales, estatales y elementos de la Guardia Nacional terminó con un uniformado muerto, varios heridos y doce detenidos, incluido el comisario municipal. La escena no solo reveló el nivel de infiltración y descomposición institucional, sino que encendió una alarma ciudadana que no ha dejado de sonar. No es un antecedente aislado: el comisario anterior llegó a ser sentenciado por secuestro, lo que alimenta la desconfianza hacia quienes deberían proteger.
Desde el discurso oficial se habla de coordinación permanente, de “Mesas de Paz” diarias y de avances paulatinos. Sin embargo, en las comunidades la percepción es otra. La gente vive entre asaltos, extorsiones, amenazas y la incertidumbre de un territorio estratégico por sus carreteras, donde la conectividad parece servir tanto al desarrollo como al crimen.
En medio de este escenario, la figura de la presidenta municipal Angélica Colín Pacheco aparece debilitada.
La ciudadanía cuestiona liderazgo, capacidad y presencia real de la autoridad local. Porque más allá de comunicados y reuniones, el termómetro social se mide en algo simple: ¿se puede vivir tranquilo en Acambay? Hoy, la respuesta sigue siendo incómoda.