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Por Ricardo Sevilla
Hay personajes necios que se obstinan en querer inclinar la cabeza ante la monarquía.
No son solo los intelectuales como Enrique Krauze y su grupo de Letras Libres quienes aplauden como focas a reyes, reinas y príncipes.
Infelizmente, hay un puñado de comentócratas que, sin miedo a ser vistos como vulgares zalameros, ven mal que la próxima presidenta haya decidido no invitar al rey de España.
Y es inaudito que estos desbrujulados no entiendan que la monarquía española tiene aspectos terriblemente perniciosos que incluyen, entre otras cosas, absolutismo y represión.
Quizá no sean historiadores. Pero no es necesario. Se requiere únicamente de un poquito de sensatez para comprender que las monarquías concentran poder, como se evidenció en el reinado de Felipe II, quien ordenó la represión de revueltas y a un control estricto sobre la población, como en la Guerra de las Comunidades (1520-1522) .
Es inaudito que los conservadores olviden que la monarquía española representó, en México, la Inquisición y persecución religiosa.
Lamentablemente, como solo leen las mentiras de Krauze, desconocen que la creación del Tribunal de la Inquisición fomentó un clima de terror y persecución, afectando tanto a judíos como a conversos.
Quienes se desgarran las vestiduras exigiendo que la soberbia y ajada monarquía española sea respetada, olvidan que la endogamia entre los nobles resultó en problemas de salud y capacidad de gobierno, ejemplificado en el caso de Carlos II, conocido como “el Hechizado”, cuya incapacidad para gobernar contribuyó a la crisis dinástica.
Pero de eso, evidentemente, no quieren hablar los neoliberales, porque su ignorancia se los impide.
Bien por la próxima presidenta, Claudia Sheinbaum, quien ha exigido el reconocimiento de los pueblos indígenas y asegura que es fundamental para continuar avanzando en la transformación de nuestra vida pública.
¿Reyes en México? ¡Para nada!
