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Abraham Mendieta
Ayer tuvo lugar la segunda vuelta de la elección presidencial en Guatemala, en la que se disputaron el poder dos proyectos diferentes de nación: por un lado, la candidata de stablishment político guatemalteco, Sandra Torres, quien fuera primera dama durante el gobierno de Álvaro Colom, y quien ya se había presentado a la carrera presidencial por tercera vez. Y, por otro lado, el diputado Bernardo Arévalo, de Movimiento Semilla, hijo del histórico dirigente guatemalteco Juan José Arévalo, y opositor al sistema de ignominia y corrupción que secuestró Guatemala desde hace décadas.
A pesar de la guerra judicial en su contra, que pretendía bajarlo a la mala de la elección, Bernardo Arévalo resultó vencedor, de manera indiscutible, con más de 20 puntos de ventaja. No fue sencillo para las y los jóvenes activistas que fundaron Semilla: el Ministerio Público corrupto de Consuelo Porras hizo todo lo posible para no registrarlos como partido, e incluso en la pasada elección impidieron competir a su candidata, la jueza anticorrupción Thelma Aldana. Además, varios de los activistas que fundaron la organización fueron perseguidos de forma mezquina y algunos tuvieron que exiliarse temporalmente del país. De igual manera ocurrió con impartidores de justicia honestos como Jordan Rosas o Juan Francisco Sandoval, que dieron una batalla titánica en defensa de los derechos humanos y contra la corrupción, y que tuvieron que abandonar el país ante las amenazas a su libertad.
En 2017 acompañé el proceso fundacional de Movimiento Semilla y comprobé cómo la gente honesta sacó adelante este movimiento que hoy llega a la Presidencia de Guatemala. Enhorabuena al país vecino.
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