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Ana María Vazquéz 
Ana María Vazquéz 

Voces

Disonancias | La justicia en Nuevo León

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Ana María Vázquez 

Tenía 14 años y más sueños que futuro, Camilo odiaba haber nacido en una ciudad perdida, un barrio peligroso donde no podías salir después de las 8 de la noche porque corrías el riesgo de ser levantado.

Su madre sostenía a la familia vendiendo baratijas en la calle, recorría los mercadillos ofreciendo bisutería barata de 5 pesos, y con lo poco que ganaba, apenas alcanzaba a veces para un plato de frijoles. Monterrey
era una ciudad próspera, se decía que era el corazón industrial de México, sin embargo, para Camilo no había opciones, en su casa ni siquiera había estufa o baño, siempre se preguntó ¿por qué lo habían traído a aquel mundo de carencias?, por qué solamente él había sobrevivido de entre sus 6 hermanos?, ¿por qué no había muerto de hambre o de enfermedad como ellos?

A veces, al salir de la escuela iba a la zona de los ricos y disfrutaba viendo las casonas y los autos lujosos, la gente bien vestida dejaba un rastro de perfume caro a su paso. Nadie lo miraba, se había acostumbrado a ser invisible en aquel mundo que sabía, jamás sería suyo.

Un día, un joven detuvo su camioneta afuera de la vivienda, levantó la cobija que servía de pared y lo llamó, Camilo se acercó asustado, sabía quiénes eran, los había visto recorrer los caminos, armados, cobrando
piso, levantando gente, traficando con todo.

Venían por él, le había llegado la hora, pero no había hecho nada, no sabía por qué ese hombre de unos 20 años lo buscaba. -Te vienes con nosotros -le dijo sin preguntar mientras le extendía una pistola y algunos
billetes. El muchacho los tomó con miedo, nunca había tenido un arma en las manos.

Le prometió de todo: dinero, mujeres, aventuras… Camilo lo siguió, subió a la camioneta, supo que aquel joven se llamaba Roberto y que lo había visto en el centro, mirando a los ricos, luego, lo había seguido hasta aquel conjunto de palos, cartones y cobijas que llamaba casa, y que él había salido de un sitio igual.

Aprendió a disparar, a vigilar, a levantar; antes de un mes ya era uno de ellos. Faltaban unos días para cumplir 15 años y había planeado presentarse en su antigua vivienda, buscar a su madre.

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