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CIUDAD DE MÉXICO.– En los años sesenta, el paseo de la Reforma lucía relevante con sus avenidas arboladas, sus ramas frondosas que, árboles que aún están de pie, testigos de sucesos, pero sobre todo destacaba la ingeniería floral. Recorrerla era un deleite, sin el tráfico aterrador, donde incluso transitaban burros cargando tablas sujetas a la panza del animal.
Caminabas del bosque de Chapultepec hacia el centro, pasando Insurgentes estaba el hotel Hilton, con su lujoso cabaret Belbedere, en el último, donde Olga Breeskin tocaba su violín por las noches. La ciudad vibraba con los centros nocturnos de gran postín como Cícero, que estaba dentro del hotel Reforma. Un ciudad que dormía. Una sociedad ingénua, amable y divertida. Una ciudad que se nos fue. (Continuará…)