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Por Ricardo Sevilla
Ciro Gómez Leyva está que se va y se va y no termina de irse.
Este tipo, que es uno de los comunicadores más corruptos y chayoteros del actual concierto periodístico, armó tremendo melodrama hace un par de días: se tocó el pecho y arrancó una larga retahíla de elogios hacia los empresarios que, durante ocho años, le pagaron su sueldo y le dieron línea editorial.
Casi a punto del llanto, moviendo las manos a manera de pugilista que golpea el aire, Ciro se despidió del programa nocturno que, hasta un par de días, conducía en la empresa de Olegario Vázquez Aldir: GIM Televisión Nacional, S.A. de CV., una compañía que, en los últimos años, se dedicó a buscar (y recibir) contratos de publicidad a garras llenas. Especialmente del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Que Ciro sea empleado de Olegario Vázquez Raña y de su hijo: Olegario Vázquez Aldir es anecdótico. Lo seguirá siendo en España. Así de largaos son los pulposos tentáculos de los Vázquez, ex vendedores de estufas y refrigeradores.
Ciro, hay que decirlo sin eufemismos, no es más que uno más de los muchos sicarios de la pluma que estos empresarios contratan y titiriteran.
Y es que, en toda esta trama, lo que sale a relucir son los medios de comunicación corruptos: las empresas que, simulando hacer periodismo, en realidad se dedican a buscar el subsidio de ciertos políticos y empresarios, particularmente de la derecha.
Y esto no un hecho menor. Es un fenómeno sumamente preocupante. Y es que, través de la publicidad oficial, se han distribuido millones de pesos para favorecer a medios que a menudo carecen de audiencia real. Periódicos y revistas que, en el peor de los casos, son pasquines que dependen de estos fondos para sobrevivir.
Y, justo por eso, sujetos como Ciro son personajes incidentales. En el fondo, son empleados que se dejan explotar y, cuando ya no son útiles, son desechados como trastos viejos.
Y aquí el meollo del asunto no es quién está detrás del micrófono o frente a la cámara, sino los personajes que están detrás de estas empresas que, amparadas en un modelo que prioriza la supervivencia económica sobre la calidad informativa, fingen ser compañías periodísticas.