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Un tufillo a queso rancio inundaba el salón de actos del Palacio de Minería, muy temprano la hilera de autos con chofer había dejado en la puerta a los asistentes a la ceremonia, los depuestos cortesanos habían acudido a la ceremonia convocada por Aguilar Camín meses antes para apoyar a una candidata que en el fondo no dejarían ni como empleada de su casa.
No habían perdido la parsimonia, con elegancia y en un vals bien ensayado desde 30 años antes o más, se saludaban como siempre, mesurados y con medias sonrisas; su ropa de marca, la camisa sin una sola arruga, accesorios cuidados y perfumes caros se mezclaban con ese tufillo de queso rancio, rancio.
Luego de los protocolos y de una cansada perorata, más por justificar el acto que por convicción, dieron la voz a la candidata que, sin pudor, volvió a dejar su “presencia de marca” en el sillón de terciopelo fino; mientras el chicle esperaba su turno para volver a su boca, la candidata leyó un texto que, según se dice, había preparado Krauze para ella.
Los “intelectuales” mostraron su apoyo en un manifiesto firmado por poco más de 200 personas, aunque a la ceremonia no acudieron todos.
En sus caras se veía la orfandad de un régimen que los protegió y encumbró por décadas, el Neoliberalismo que ellos fomentaron y solaparon a cambio del excelso título de “intelectual” y una pensión VIP.
Parias de la dictadura perfecta (título dado al régimen por Vargas Llosa, cuando todavía era pensante), los intelectuales miran a la candidata tratando de disimular el desprecio, nunca será como ellos, jamás pertenecerá a su sagrada cofradía, pero es la única herramienta que tienen para que, en el último estertor de su status, pueda por algún milagro regresarlos a los viejos tiempos en donde se paseaban con los presidentes, en donde solo era necesaria una breve nota para pedir más dinero al ejecutivo porque “la cultura cuesta”
La ceremonia fue breve y se despidieron de la candidata cuidando de no acercarse demasiado, no hubo abrazos, ni besos en la mejilla “no vaya a ser”
Afuera, la fila de autos de lujo esperaba con los choferes a las “personalidades” ¡qué mal han envejecido! -pensé- en el salón vacío, solo quedó un chicle en el sillón y aquel pestilente tufillo.
Ana María Vázquez
Escritora
@Anamariavazquez