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Abraham Mendieta
Hoy, los militantes y simpatizantes de la Cuarta Transformación pueden estar tranquilas y tranquilos, porque el proceso interno que impulsó el partido Morena para definir el rumbo de sus liderazgos y tiempos ha cumplido los dos objetivos fundamentales que tenía.
El primero de ellos, es evidente: acaparar toda la atención mediática, marcándole la agenda a la oposición, y llevando a lo largo de todo el territorio, en cientos de asambleas con miles de personas, los logros fundamentales del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, volviendo a los orígenes del movimiento: el territorio y la presencia puerta por puerta.
Pero el segundo era, quizá, el más delicado, y el más relevante en los tiempos políticos presentes, con un marcado aroma electoral: la Cuarta Transformación ha superado los 70 días del proceso interno sin fracturas, limitando las tensiones a declaraciones de corte anecdótico, y con un elemento fundamental de consenso político que permeó todo el proceso, especialmente por la buena voluntad de los aspirantes a la Coordinación en defensa de la transformación.
Del lado opositor, que no tuvo más remedio que intentar copiar con poca fuerza el proceso de Morena, hemos encontrado justo lo contrario: aspirantes que se quedaron fuera por la decisión de un oscuro comité, un partido excluido y sin capacidad de decisión como el PRD completamente expulsado del proceso, declinaciones que marcan la línea no solo del PAN, sino también del oligarca que está atrás de ellos: Claudio X. González, y, sobre todo, muy poco pueblo.
Al momento en que estas líneas se escriben, grupos de encuestadores recorren todo el país para escuchar la opinión del pueblo de México, sin distingo partidista, sobre quién debería encabezar el futuro de la Cuarta Transformación, en un proceso inédito que, sin duda, formará parte fundamental del nuevo sistema político mexicano que emanará de este sexenio.
Sospecho que el Presidente López Obrador estará feliz de lo que ha ocurrido en estos meses.
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