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Jorge Gómez Naredo
Durante años nos vendieron la idea de que, para que el país fuera realmente democrático, se debía tener un “equilibrio de poderes”. Analistas y comentaristas en radio, televisión y prensa lo repitieron miles de veces. Era algo a lo cual aspirar: que debía ser sí o sí. Había quienes indicaban que cada poder vigilaba al otro y así todo era muy bueno para el país y teníamos una verdadera democracia. La cuestión, sin embargo, no es tan fácil ni maquinal, y el supuesto equilibrio no necesariamente es ni operativo ni positivo, y mucho menos democrático.
En 2018 llegó al Poder Ejecutivo el presidente Andrés Manuel López Obrador. Más de la mitad de los mexicanos votó por él. Junto con AMLO, Morena se hizo del control de la Cámara de Diputados y de la de Senadores. Esto es: la sociedad pidió que hubiera cambios profundos, y por eso sufragó masivamente por el proyecto que se conoce como la Cuarta Transformación. Se aprobaron reformas constitucionales de 2018 a 2021. A partir de 2022, hubo cambios propuestos por el Ejecutivo que no fueron aprobados en la Cámara. Y eso es parte, digamos, del “equilibrio de poderes”. El Ejecutivo propone y el Legislativo dispone.
Sin embargo, ha habido una cuestión que no tiene nada que ver ni con el equilibrio de poderes ni con la justicia y mucho menos con la democracia. El Poder Ejecutivo ha propuesto cambios en las leyes que no requieren modificar la Constitución y se han aprobado. Sin embargo, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, invadiendo al Poder Legislativo, ha declarado inválidas las modificaciones. Esto en realidad es una violación al supuesto “equilibrio de poderes”, y va en contra de la democracia.
Y es que, si la sociedad decidió elegir a un Poder Ejecutivo y a un Legislativo para que produjera cambios, es de verdad increíble que el Judicial los detenga. La cuestión es que ese Poder Judicial, ahora envalentonado, está modificando cualquier cambio que hagan los demás poderes. Y eso es un acto antidemocrático que vulnera la voz popular ejercida en las urnas. Así pues, no es que tengamos un “equilibrio de podres”, es que un poder está vulnerando no sólo a los demás poderes, sino a la voluntad del pueblo. Así de simple.
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