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abril 25, 2024

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Echados en la hamaca | El valor revolucionario del tiempo libre

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Antonio Attolini Murra 

En una sociedad de consumo y de frivolidades, el tiempo libre es visto como un lujo o una recompensa después de trabajar duro. El trabajo se ha convertido en una necesidad para sobrevivir, y el tiempo libre se
ha reducido a unas pocas horas después del trabajo y los fines de semana. Eso para quienes cuentan con un trabajo formal, a diferencia de los millones que en la informalidad pelean por el pan de cada día todos los días. La lógica capitalista, neoliberal y consumista dicta que debemos trabajar duro para ganar dinero y comprar cosas que nos hagan felices, “supuestamente”. Pero, ¿qué pasaría si rompiéramos con esta lógica y reconociéramos el valor revolucionario del tiempo libre?

El trabajo en una economía de rapiña y saqueo y aliena al trabajador de su propia realidad personal y lo convierte en un objeto en manos del patrón, quien no solo es su jefe sino también su dueño. El trabajador
se ve obligado a vender su fuerza de trabajo, invertir tiempo y esfuerzo que no está enfocado en otra cosa más que en generar utilidad, ganancia, dinero: en suma, una vida de explotación y miseria. Desde una perspectiva moral, el tiempo libre es una oportunidad para romper con esta alienación y para recuperar nuestra humanidad.

En nuestro tiempo libre, podemos desarrollar nuestras habilidades y talentos, conectar con nuestras pasiones y aspiraciones, y crear algo que tenga un valor intrínseco, en lugar de ser explotados por el miedo que una economía rota provoca en el trabajador: miedo a no llegar a fin de mes, a enfermarse, al robo, a la inflación, al alza de cuotas escolares, de transporte público…

Pero el valor revolucionario del tiempo libre va más allá de la lucha contra la alienación. El tiempo libre nos permite conectar con nuestra comunidad y con nuestra historia, y nos da la oportunidad de luchar por un mundo más bello y solidario. En nuestro tiempo libre, podemos participar en actividades políticas, sociales y culturales que nos permitan luchar contra la opresión y la explotación que el cinismo ramplón del neoliberalismo ha querido imponer sobre nosotros: “todo es igual”, “nada cambia”, “siempre es lo mismo”, “nunca va a pasar nada”.

Todo para llegar al punto al que quería llegar, mismo por el cual esta semana la reacción conservadora me quiso apabullar: dejen de estar chingando a los jóvenes, a quienes por primera vez se les reconoce como sujetos de derechos y plena capacidad de goce, que deciden usar su beca en comprarse una cerveza el fin de semana.

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