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abril 24, 2024

Voces

Arreando al Elefante | Cuestión de tiempo

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Ana María Vázquez 

Estaba contento, pensaba Pedro en el momento en que sintió el impacto del agua, su padrino le había conseguido el trabajo después de mucho rogarle.

Es peligroso, le había dicho Efrén, no le hace padrino, tengo tres hijos y no hallo como darles de comer.

Efrén lo sabía, como él, muchos estaban presionando para entrar y él se cansaba de repetirles, “cuando la tierra te traga, te escupe muerto”, lo había escuchado de su padre y de su abuelo y aún así, él también como muchos jóvenes de su época, se formó para pedirle al capataz una oportunidad. Eran los tiempos en los que se tenía que entrar con una jaula y en ella un pájaro vivo que había que cuidar; los gases acumulados harían que el ave muriera primero, dando oportunidad a los trabajadores de salvar la vida.

Pedro solo escuchó el estruendo, el agua lo había inundado todo de golpe, no pudo ver a sus compañeros, pero supuso que estarían como él, golpeados y con el agua rebasando su cabeza. Pasado el primer momento de angustia por el ahogo, su cuerpo empezó a entrar en una extraña paz. Flashes de su vida fueron dándose uno a uno: infancia, niñéz, juventud…sus hijos.

Habría hecho todo por ellos, incluso arriesgarse como lo había hecho al presentarse en la fila de aspirantes al que Efrén, su padrino, lo llevó. Sabía de quién era la mina, sabía lo que se decía en el ejido…”eso está chueco”, “eso no es seguro”. No vayas, rogó su mujer, el eco de su voz se unió a los golpes secos que las vigas y piedras daban a su cuerpo.

El capataz ni siquiera lo miró y solamente lo anotó en la lista, señalándole con la cabeza que se reuniera con los demás aceptados, 20o25.

Su vida se escapaba en aquella inundación y el tiempo parecía extrañamente largo, extrañamente tranquilo; tenía paz y como un observador, seguía repasando el momento en que entró a la mina. No sabía nada del oficio y uno de sus compañeros se ofreció a enseñarle al menos lo indispensable.

Entraron en tandas de cinco en cinco, le dedicó una última mirada a su padrino recordando su último consejo: si oyes un rugido, corre, salva tu vida; Efrén estaba ahí, mirándolo y deseándole suerte.

Escuchó el rugido, pero no pudo escapar, en un momento el agua lo había cubierto todo. Abrió los ojos una última vez, pero no pudo ver nada, el barrodisueltoenelaguaentorpecíalavisibilidad. Ante de dejarse ir en el plácido sueño que ya lo embargaba, tuvo un último pensamiento de esperanza: Vendrán… ¿vendrán?…y un pensamiento trajo otro, un nombre, símbolo de todos los mineros. Pasta de Conchos.

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