Visitas
El México que se nos fue… Contemplo con nostalgia esta Ciudad que se nos va, más bien la Ciudad que ya se nos fue: nuestra Ciudad de México, la de mi generación, mosaico de calles, personajes, carcachitas y bullicio defeño de los años 50’s y 60’s. Hoy, después de leer el cuento de José Emilio Pacheco, las Batallas en el Desierto, rescato de mis recuerdos algunas vivencias, cada vez más distantes de mi juventud y no resisto la tentación de compartirlas con ustedes, amigos y compañeros de esta universidad.
Aquella nuestra Ciudad, imágenes y crónicas registradas magistralmente en las canciones de Cri Cri y Chava Flores; en las historietas de la Familia Burrón, de don Gabriel Vargas; en las fotografías de Nacho López y de Héctor García y en muchas otras obras literarias, fotográficas, narrativas o reportajes de artistas, escritores y periodistas de la época. Y los anuncios en la radio (Jarritos que buenos son, eso nadie lo discute, de tamarindo y limón, mandarina y tutifruti, jarritos que buenos son…) o aquel que decía: “Colgate Palmolive, fabricantes de fab, les desea cordialmente una feliz Navidad, una feliz Navidad”.
Escuchaba esas tonaditas y muchas otras en mi pequeño radio Majestic, de plástico, una de las primeras radios de transistores fabricadas en México; cancioncitas como la burbujita de Saldeuvas Picot o la de Almacenes Cohen, preguntándonos. “¿A dónde vas?, a donde va toda la gente, la gente que sabe comprar” o la infalible medicina para el dolor, la que nos recetaba siempre la tía Maruca, “la pastilla que mejor nos mejoraba, Mejoral”.
Caminaba con Memo Razo, mi entrañable compañero de recorridos y aventuras juveniles, rumbo a los cafés Tupinamaba o Campo Amor en Bolívar o a la cantina La Ópera, en 5 de Mayo, para conocer y ver de cerca a los toreros, artistas, cronistas y periodistas que ahí se reunían. En el túnel que cruzaba 16 de Septiembre, en San Juan de Letrán, estaban las tortas que vendía don Galantino, esas delicias de a peso, tortas de un jamón tan delgadito y transparente que parecía calcomanía; esas tortas acompañadas de un Spur Cola bien frío, eran un manjar de la alta cocina defeña. Las campanas de la Catedral y el carrillón electrónico de la Torre Latino frente a Bellas Artes, nos recordaban el paso del tiempo, mientras leíamos las primeras planas de los periódicos anunciando el casi triunfo del ratoncito Raúl “Ratón” Macías, que por un pelito le roba el campeonato mundial al americano Alfonso Jalime.
O cuando comprábamos en el estanquillo algún llaverito de hule, bueno, creíamos que eran de hule, con las figuras de nuestros luchadores favoritos: El Santo, Suguicito, La Tonina Jackson, el Cavernario Galindo o los larines, aquellas memorables estampitas coleccionables, con retratos de Pedro Infante, de la naturaleza o del zoológico festivo. Las damas de falda larga por debajo de la rodilla o entalladita, cuidadita a la manera de María Victoria y los caballeros con los pantalones de pinza, con sombreros Tardán, de esos que se usaban “De Sonora a Yucatán”. Continuará…
(Invitamos al autor a que nos contacte para darle crédito)