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CARLOS RÍOS
CIUDAD DE MÉXICO.– Mantenía los ojos cerrados (así le habían dicho que lo hiciera); el miedo la obligaba a apretarlos con todas sus fuerzas. No quería mirar si los sujetos que apuntaban con sus armas a sus hijos hacían efectiva la amenaza de matarlos.
Por su mente pasaron de prisa los recuerdos recientes, como el día en que se dio cuenta, al explorarse, que una pequeña protuberancia se sentía bajo la piel de su seno derecho.
También sus deseos de que los análisis no revelaran la ineludible sospecha que la mantenía absorta; que su mente diera por hecho que tenía cáncer y que muriera sin ver a sus hijos terminar sus carreras, o sin que nunca pudiera acariciar a un nieto.
Sus sospechas se volvieron una cruel realidad.
El carcinoma la obligó a dejar su trabajo, Gloria quería continuar laborando, sin embargo, tras meditarlo con sus hijos y esposo consideraron más prudente que tuviera el tiempo completo para lidiar con su enfermedad.
Luego de la primera quimio, renunció; sus patrones hicieron lo posible para que se llevara una liquidación que le permitiera al menos no tener que echar otra preocupación al saco de males: la falta de recursos. Ella lo agradeció, tendría para poner un pequeño negocio, como siempre había soñado. Siempre la había gustado sufragar al menos sus gastos más elementales. Sus amigos y compañeros le desearon lo mejor.
Volvieron a verla unas semanas después, cuando regresó a recoger su cheque, su tez morena lucía el clásico pálido de gente que enferma, y ahora, en lugar de su cabello ensortijado, una pañoleta le cubría su cabeza rapada.
Los sujetos cortaron cartucho. Volvió a la realidad. Salió de su boca un estruendoso: ¡entrégaselo!, en el momento que uno de los sujetos cacheaba a su hijo, que iba de copiloto. Los tipos le reclamaban el dinero que había colocado en la guantera. Se los entregó. Un hilo de sangre escurría por el rostro de su vástago… Todos gritaban.
Decenas de automovilistas y peatones testificaron la acción, pero ninguno, por justificado temor en esta ciudad del hampa, intervino Gloria soltó en llanto cuando vio que las dos motocicletas se alejaban con sus esperanzas, con el dinero del cheque que recibió minutos antes y que había acudido a cambiar con sus hijos. Con su sueño de 90 mil pesos.