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Especial: Día de muertos

La noche que el demonio se enamoró

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Por Marcos H. Valerio

 

Habitantes de San Mateo Xalpa, en Xochimilco, comentan que hace algunos años, en punto de las 12 de la noche, cuando las campanas de la Iglesia repicaban, todos corrían a ocultarse ya que era el momento en que aparecía el Charro Negro montado en su brioso corcel del mismo tono.

Sus víctimas eran mujeres a quienes las conducía al inframundo. Aseguran que sólo quedaban rastros de algunas pertenencias como pedazos de ropa, con la cual, las identificaban.

Como el pueblo se ubica en la montaña, todas las noches la espesa neblina abrazaba a la comunidad, el frío calaba hasta el alma y a lo lejos se escuchaba el trote y relinchar de un caballo al tiempo que los ladridos de los perros indicaban que era el momento de esconderse.

En sus habitaciones, el terror los inundaba. Los padres juntaban a sus familias para protegerlos; las mujeres con un escapulario y un crucifijo entre sus manos oraban. Pedían al Creador alejara al demonio.

Un domingo, durante la fiesta del pueblo, los lugareños bailaban a ritmo de banda; mientras, alrededor de la iglesia quemaban cohetes, castillos y toritos en honor al santo patrón.

El festejo hizo que olvidaran la hora de guardarse, por lo que se sorprendieron al ver llegar a un hombre vestido de charro, quien momentáneamente llamó la atención de todas las damas.

Sin inmutarse, el jinete bajó de su corcel, se encaminó a donde se encontraba Mariana, la joven más bella del pueblo y la invitó a bailar. La mujer, de tez morena, pelo negro quebrado, cuerpo escultural, mirada y sonrisa sensual caminó hipnotizada a su encuentro.

Mientras bailaban se sintió atraída e inició la plática, preguntó su nombre y si era fuereño, ya que nunca lo había visto. El Charro Negro contestó que venía de Santa Cruz, un pueblo aledaño. Su nombre era Juan Santa Ana, pero sus amigos le decían Satanás.

Mariana sintió un apretón en el alma y al instante, los escalofríos inundaban su cuerpo, su mano que entrelazaba a la de Juan le quemaba.

La joven pretendió zafarse, pero las fuerzas no le permitían, el olor a azufre que expedía el Charro Negro la mareó.

Más tarde, hipnotizada, tuvo deseos de charlar, lo invitó a pasear por los huertos, caminaron hasta perderse entre los árboles y la oscuridad. Una conversación a manera de poesía brotaba de tan distinguido caballero. Mariana sentía que alguien los observaba. Al voltear miró al caballo negro que de sus ojos reflejaba centellas de fuego.

Mientras, en la plaza del pueblo, el agua ardiente corría entre las venas de los habitantes; otros bailaban, por lo que olvidaron la hora fatal. El Charro Negro aprovechó el momento para invitar a Mariana a un paseo a la luz de la luna.

El olor pestilente a azufre regresó. Antes de subir al corcel negro, la mujer vio como el hombre se transformó en demonio: en la cabeza cargaba enormes cuernos de chivo, sus ojos brillaban como hogueras, ahora tenía una pata de caballo y otra de chivo.

Mariana despertó del trance, pero era ya muy tarde, ya que se encontraba montada en el caballo, el cual, cabalgada al más allá.

Comentaban los testigos que el corcel volaba. El Charro Negro sostenía a la mujer, mientras se perdían entre la neblina.

Fue la última vez que vieron a Mariana y satanás dejó de aparecer por el pueblo, algunos aseguran que la dama se sacrificó por toda la comunidad; los más, dicen que por fin el demonio se enamoró y ya no tuvo necesidad de buscar a otra mujer.

Ahora resulta que el diablo es más fiel que cualquier ente terrenal…

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