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marzo 28, 2024

Especial: Día de muertos

Historias de Terror Enfermera Fantasma clama ayuda

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Por: Marcos H. Valerio |

 

Era viernes, de madrugada. La juerga se prolongó. Ya no alcanzaba servicio de Metro, por lo que tuve que tomar un taxi. Para colmo era quincena y todos estaban ocupados. Después de 20 minutos se detuvo un vehículo.

– Buenas noches, ¿a dónde vamos?

– Gracias, por favor voy a la delegación Tlalpan, allá por el Ajusco.

– No me diga eso jefe. Si es por Parres no lo llevo. Es al único lugar a donde no voy, ni porque me paguen el doble.

– Pero no voy hasta Parres, me bajo mucho antes.

– Súbase, pero la neta, no voy más allá.

Una vez dentro del taxi, inició la charla.

– ¿Por qué no vas más allá?, ¿no me digas que te madrearon por esos lugares?, o como dice José Alfredo: “por ahí te hiere el recuerdo”.

– No me hiere el recuerdo, más bien me espanta el recuerdo. Le voy a contar, total, vamos lejos.

Llevó ocho años en esto de la ruleteada y me ha pasado de todo: dos veces me han asaltado, una de ellas me mandaron cinco días al hospital, pues me “picaron”; han habido jotos que se me han insinuado; he encontrado amigos de la primaria, exnovias, en fin, de todo. Pero hace como dos años, tuve la peor de las experiencias.

Todos los viernes empiezo desde temprano y trabajo hasta las siete de la mañana del sábado, sobre todo si es quincena, pues me va del uno, saco los gastos de toda la semana y así me puedo dar el lujo de descansar el domingo y estar con la family.

Voy a donde me lleven, es chamba, no me asustan los peores barrios, total si te van atracar lo hacen donde sea. Cuando me canso mejor me voy a su pobre casa, entonces, nunca digo que no a los clientes.

Esa noche llevé a una señora con su hija a la zona de hospitales, en la avenida San Fernando y Calzada de Tlalpan; después de dejarlas frente al mercado de flores estaba una chica menudita, muy guapa, vestida de blanco como enfermera. Me hizo la parada, muy amable me saludó y me pidió de favor la llevara al pueblo de Parres, también me indicó que sólo pagaría lo que marcara el taxímetro.

Se me hizo raro que no tomara un taxi de sitio, pues a unos metros estaba una base, quizá porque a veces son más caros, pensé, y no le di más importancia.

Antes me advirtió que vivía en las orillas del poblado, por allá no estaba pavimentado que transitaríamos por unos 200 metros de terracería, incluso estaba oscuro, pero que era una zona tranquila, si acaso nos saldría al encuentro algún perro, pero como íbamos en el taxi no pasaría nada.

Aún recuerdo sus facciones angelicales, tenía ojos grandes, nariz fina, pelo negro ondulado, le caía hasta los hombros. El que abordara mi taxi no representaba peligro y accedí.

Su rostro jovial reflejaba dolor. Pensé que era el cansancio y fastidio tras finalizar una jornada laboral, más cuando terminas de madrugada y cuidando enfermos.

Siempre hago la plática a los pasajeros para hacer ameno el viaje; en dos ocasiones he conseguido novias, y bueno, ¡hoy podría ser una oportunidad!, pensé, sin embargo, mis comentarios no le arrebataron una sonrisa, siempre se mostró seria, nunca siguió la conversación, por lo que mejor callé.

Yo no dejaba de mirarla por el retrovisor, me gustaba la chica, por eso me grabé bien su semblante, le repito mostraba dolor.

Hasta llegar al pueblo de Parres me dirigió la palabra, con voz suave me señaló que tomara una calle bastante solitaria, posteriormente dimos vuelta a la izquierda y me condujo por un camino de terracería. Como había baches y lodo mantuve mi mirada en la brecha, sentí escalofríos, creí que era parte del desvelo; al no observar casas, miré por el retrovisor para preguntarle ¿hasta dónde?

Y fue ahí patrón… hay güey, nada más de pensarlo siento los mismos escalofríos, la piel se me pone chinita.

– ¿Ahí qué?…

– Miré por el retrovisor y no había nadie, la enfermera no estaba… Observé hacia el piso, pensé que se había agachado para recoger alguna moneda o algún objeto, pero no estaba.

Sentí muchos escalofríos, me atolondré, no podía maniobrar, los brazos me pesaban, sudaba frío, volteaba para atrás y no estaba.

Como pude, di media vuelta al auto y regresé, el cruzar nuevamente la brecha se me hizo eterna, mi cuerpo casi se desvanecía, pero no podía quedarme ahí. Tomé la carretera. Por primera y única vez sentí que mi alma me pesaba, como que quería irse, pero otra parte de mi la sujetaba. Lo que sí recuerdo es que veía constantemente por el retrovisor, como buscando a la enfermera.

No podía pensar, no recuerdo mucho del regreso, por lo que ignoro cómo manejé y sobre todo cómo llegué hasta la zona de hospitales de San Fernando y ¿por qué regresé ahí?, quizá buscaba asistencia médica o que alguien me explicara lo que estaba pasando, pero retorné al lugar donde subió la enfermera. Yo creo que era eso, regresé para buscar una explicación.

Le repito, sin coordinar mis pensamientos, me estacioné atrás de dos taxis, ellos esperaban pasaje, pues tienen ahí su base. Abrí la puerta de mi vehículo, caminé dos pasos y me desvanecí. Uno de los choferes me ayudó a levantarme. Entre mareado le pedí me dieran un cigarro.

Los taxistas pensaron que me habían asaltado y una vez que me recuperé les platiqué mi experiencia; ellos rieron, les pareció conocida la historia, incluso me dijeron que la enfermera efectivamente existió, que a varios los ha llevado a Parres.

Agregaron que hace años la dama tomó un taxi en ese lugar, el vehículo no era de la base y el conductor la violó, asaltó y asesinó. Abandonó el cadáver en la mencionada brecha. Como nunca regresó a su casa, busca la manera de llegar y por eso nos manda allá. Pide ayuda, pero hasta ahora nadie ha podido conducirla a su hogar.

Me comentaron que la enfermera es muy famosa en ese lugar y bueno, ellos sólo suben a enfermeras o doctoras que ya conocen, que ubican en la zona de hospitales, sobre todo en las madrugadas.

A un amigo se le subió una familia, esta fue en Tláhuac. Eran la mujer, el esposo y dos niños; le pidieron los llevara al panteón que está en Iztapalapa, por avenida Tláhuac. Nos platicó que iban muy callados, desde que abordaron se sentía frío, según él, era frío de muerto, de ese que cala hasta los huesos, se pone la piel bien chinita y anda bien nervioso, sin saber ¿Por qué?

Al llegar al panteón, ya no iba la familia, también se sacó mucho de onda, pero al menos a él le ocurrió al atardecer, a mí en la madrugada.

También me platicaron de otra enfermera que a aparece en la carretera antigua a Xochimilco. Me explicaron que al pasar por el mercado de flores rumbo al pueblo de Santa Cruz, después de la curva, en las madrugadas una mujer vestida de blanco también hace la parada. Como ahí está muy oscuro, nadie se para, pues efectivamente creen que los van a asaltar; metros adelante, cuando divisan por el retrovisor, la mujer viene sentada en el asiento de atrás.

Igual, me dicen que su semblante es de dolor y tristeza.

Muchos compañeros se han volteado en ese lugar, por lo mismo que es zona de curvas y con la impresión, pues se quedan clavados en el retrovisor y se voltean.

– ¡Esa está más cabrona!…

– Exacto, pues la de Parres, por lo menos lo espanta por la suave, se sube y le advierte que lo llevará por una brecha de terracería y si usted no la quiere subir, pues no se sube a la mala…

– ¿Y después qué hizo?

– Nada, ya que me calmé, me retiré y juré nunca subir una enfermera en esa zona en las madrugadas.

Meses después, un matrimonio me pidió que los llevara a Parres, ellos subieron frente a la parada del Metro General Anaya. Como era en la tarde, decidí llevarlos, pero de regresó al pasar por la calle de terracería empezó a fallar el taxi, estaba oscureciendo; como pude salí de ahí; creo que ese día salí más nervioso, cada rato iba viendo por el retrovisor; ahora ni con sol o luna voy para allá.

– ¿La de Xochimilco no se le ha subido?

– Usted me quiere matar de un susto…

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