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abril 19, 2024

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Humildad, ¿utopía?

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La humildad no es cauce para palabras floridas ni motivo de acercamientos momentáneos con los débiles esperanzados por superar sus miserias; cuando se tiene es porque igualmente se cuenta con la capacidad de rectificar y no sólo pedir disculpas extemporáneas. Porque entre la soberbia y la prepotencia, tan fáciles de captar mirando a los ojos de los hipócritas, no pocas veces surge el peor escenario: el del altruismo por conveniencia, digamos para evitar el pago de impuestos y hasta para lavar dinero, que tanto utilizan los multimillonarios mexicanos, desde Slim, Larrea, Baillères hasta los Servitje con todo y sus falsas aureolas.

La humildad, desde la cúpula, es la que muestra condescendencia al adversario, aún el más feroz, y busca extraer de éste lo mejor de cada propuesta para incorporarla a la propia siempre y cuando, claro, la oposición no se vuelva carrusel de vendettas en medio de la feria de las parodias. Para corregir los males es necesario aceptar los propios y tener la sencilla conducta para rectificar a tiempo, en el momento oportuno, antes de que el mal de la falsa superioridad se convierta en un quiste maligno que corroe y mata.

Ser humilde es tolerar hasta los exabruptos y repelerlos con grandeza de espíritu; muchas veces lo ha hecho así el presidente, otras no… sobre todo cuando se cansa de repetir los lugares comunes, y detiene el impulso noticioso; seguido, por supuesto, de un gesto bondadoso en el rostro con la mirada rebasando al círculo reporteril de las “mañaneras”.

Fue Andrés Manuel quien nos recordó, en el círculo político, la primacía de la soberanía popular que no concluye en las urnas sino empieza en ellas. Y es este ingrediente el que falta atesorar en una comunidad ansiosa de justicia y no de palabrerías alejadas del contexto real. Cierto: algunas leyes han cambiado, poco a poco, muy lentamente, sobre todo aquellas cuya conveniencia va a la par con los impulsos presidenciales; no así aquellas que demanda el colectivo para procesar a los expresidentes, por ejemplo, o acabar con los sabotajes de los huachicoleros protegidos.

Con o sin humildad, el hecho es que, para desgracia nuestra, la violencia continúa y la Guardia Nacional parece todavía lejana en cuanto a cuanto se espera de ella: represión contra los criminales sin guerra de por medio. ¿Utopía?

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