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“Sentí odio, no impotencia”

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Julieta Uribe no olvida aquel 19 de enero de 1995, cuando ocurrió el desalojo violento en Plaza de Armas, para imponer a Roberto Madrazo en el Palacio de Gobierno. “Teníamos claro que no iban a soltar, y que si había que sacar a la gente de la plaza a garrotazo limpio lo iban a hacer. No es que no supiéramos lo que venía, no nos fuimos porque éramos responsables de tener a esa gente ahí. Allá ellos, los que se fueron. Pero entrar ahí con la gente y luego usar la información que conoces para ponerte a salvo y dejar a la gente a su suerte, eso no iba con la manera de pensar de los dirigentes de aquel entonces”, precisa quien fungió como representante electoral del PRD en el proceso electoral de 1994 por la gubernatura.

En su memoria tiene clara a la plana mayor del PRI, su dirigente estatal, Nicolás Haddad, sus diputados locales, y los principales cuadros del partido apostados en la calle 27 de Febrero, arengando a sus huestes. Previamente, Uribe participó en la elaboración del expediente de las irregularidades que el partido del sol azteca entregó, en sólo dos semanas, a la Secretaría de Gobernación. Era tanto el trabajo de escrutinio, dice, que tuvieron que colaborar muchos perredistas, día y noche. A 22 años de aquel momento histórico, Uribe cuenta lo que pasó en el cotejo: “Allá nos miramos las caras, Manuel Andrade estuvo como representante del PRI. Cuando ellos no mostraban las actas era porque no habían ganado. Hay que reconocer que si alguien tiene capacidad para cubrir las casillas es el PRI”.

Quien más tarde se convertiría en diputada federal por el PRD, expresa su satisfacción por haber tenido parte en aquella misión: “Llevamos el expediente completo, pero los consejeros del entonces IFE (Instituto Federal Electoral), por cuestiones de tiempo, sólo podían atenerse a una muestra y lo hicieron con todo el rigor. Entonces sacaron aquel documento, (Santiago) Creel y (José Agustín) Ortiz Pinchetti, en el que afirmaban que hubo muchas irregularidades”.

Cuando Julieta Uribe vio entrar, ese 19 de enero, a una turba de pandilleros por los accesos laterales de Plaza de Armas, respaldados por la Policía Estatal, ya no tuvo duda de lo que ocurriría. “Sentí odio. En ese momento ya no era partidaria de la resistencia civil pacífica. Yo estaba ahí, en el cruce de lo que ahora son las calles Independencia e Ignacio Allende, y vi entrar a los pandilleros.

“Junto a mí estaba Alberto Pérez Mendoza, cuando le pegan en el pecho con un ladrillo, con una piedra. Pensé que se iba a caer. Eso no es lo peor, lo que te genera impotencia es que no estás enfrentando una batalla en igualdad de circunstancias. Cuando disparan los gases, empiezan a entrar los pandilleros, y luego ya los policías y el Ejército. Hay una sincronización. Justo en el momento en que disparan las cápsulas de gas desde las azoteas, el aire sopla hacia La Conchita, era un infierno en la parte de atrás. Todavía en la parte de adelante era tolerable, porque si el aire te favorece la puedes librar”. Los perredistas no respondieron a las agresiones, porque habían recibido unos talleres de “no violencia” impartidos por Rafael Landerreche, nieto de Manuel Gómez Morín, fundador del PAN.

Con un grupo de cincuenta perredistas, Uribe camina por Paseo Tabasco hacia las oficinas del PRD en Eusebio Castillo, todavía en el trayecto les lanzan injurios grupos de priístas envalentonados. Los perredistas, encabezados por AMLO, continuarán dando la batalla por la democracia.

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