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EL ATLETA
DAVID E. LEÓN ROMERO
En días pasados, diversas zonas de la CDMX sufrieron inundaciones que colapsaron el tránsito, provocaron daños materiales y pusieron en riesgo la vida de los habitantes. En esta cuenca, en la que existía un lago y diversos cuerpos de agua, históricamente sus habitantes nos hemos dado a la tarea de retar a la naturaleza e intentar dominarla, buscando equívocamente a toda costa expulsar el agua para construir nuestros inmuebles.
Las inundaciones son parte de la historia de la Ciudad de México. Los aztecas construyeron el albarradón de Nezahualcóyotl para prevenirlas. En 1604 la Ciudad de México estuvo anegada por meses, lo que provocó la construcción del Tajo de Nochistongo. Lo realizado no fue suficiente y se optó por la construcción del Gran Canal, luego el Drenaje Profundo y, por último, el Túnel Emisor Oriente. A pesar de todos estos esfuerzos, la ciudad se sigue inundando. La deforestación y pavimentación de los sitios de infiltración, la suma de caudales, la saturación de los drenajes, el hundimiento del terreno, la pésima gestión de residuos, la inexistencia de un modelo eficiente de manejo del agua de lluvia y el crecimiento de la mancha urbana, provoca inundaciones de gran magnitud.
A todo esto, se suma la realización de proyectos con alto impacto ambiental, como la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, que reta una vez más a la naturaleza, ocupando gran parte del lago de Texcoco para construir sus pistas de aterrizaje, afectando la infraestructura hidráulica existente y que funcionaba como un vaso regulador. ¿A dónde irá el agua que históricamente se depositaba en esa zona? Continuar con el modelo de retarla e intentar dominarla conducirá al fracaso.