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¿De qué se ríe Javier Duarte?

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REHILETE

por Jorge Zepeda PAtterson

@jorgezepedap
www.jorgezepedap.net

Ahora ya entendemos de qué se ríe Javier Duarte en las fotos que circularon hace dieciséis meses cuando era conducido por policías guatemaltecos a su primera celda. Una risa burlona y despectiva dirigida a los camarógrafos y en realidad a la opinión pública. Sabía algo que nosotros desconocíamos en ese momento, por más que los más escépticos podíamos intuirlo; su aprehensión era una puesta en escena perfectamente orquestada para blindarlo a él y a su familia.

Desde el momento en que salió la orden de aprehensión, Duarte no intentó esconderse ni fugarse. Simplemente se fue a un resort de lujo en Guatemala a esperar a que fueran por él. Por razones jurídicas para él y sus padrinos era importante no ser detenido en territorio mexicano. Los tratados de extradición exigen que el sujeto sea únicamente procesado por los delitos argumentados por el país peticionario, es decir, México. La estrategia entonces se hace muy sencilla: fincarle una acusación grave con las pruebas apenas suficientes para que Guatemala acceda a detenerlo y entregarlo, pero asegurándose de que a la postre se trate de una acusación insostenible o difícil de demostrar. Eso permite dos cosas: por un lado, que el proceso se desplome más temprano que tarde y se diluya en una acusación menor. Como es sabido, la PGR informó esta semana que se desistía del señalamiento de delincuencia organizada y lo rebajaba por el de asociación delictuosa. El primero es castigado con penas muy severas, el segundo con no más de diez años de cárcel en el peor de los casos. En teoría, además, es un delito que a criterio del juez el detenido puede enfrentar en libertad hasta que se dicte sentencia.

La segunda razón para irse a Guatemala y obligar a la extradición es aún más significativa. El llamado “principio de especialidad” de los acuerdos internacionales de intercambio de criminales: en ellos se establece que el delincuente cuya extradición es concedida no puede ser juzgado por ningún delito distinto de aquel que precisamente motivó su extradición. Esto hará muy difícil que el ex gobernador sea procesado por los muy probables crímenes cometidos.

Y esto no es poca cosa. Según sus detractores, Javier Duarte utilizó el poder de manera tan arbitraria y salvaje que pocos delitos del código penal quedaron vírgenes en su gobierno. Con la pantomima guatemalteca el político veracruzano está blindando su porvenir.

Los análisis a la administración de Duarte sugieren un desvío probable de 180 mil millones pesos. Imposible saber cuántos de estos fueron a parar a sus manos, pero las planas obsesivas de su señora esposa repitiendo “merezco la abundancia” nos permiten suponer que no fueron pocos. Él y lo suyos quedaron forrados para un lapso de varias generaciones. Pasar dos o tres años en la cárcel y quedar blindado para gastarse lo mucho que no podrán quitarle, es un sacrificio por demás aceptable.

Se me dirá que si lo iban a soltar para qué hacer la faramalla de detenerlo. Pero la respuesta es obvia. Primero, porque la llegada al gobierno de Veracruz de Miguel Ángel Yunes, su enemigo personal, provocó que se ventilarán todos sus desmanes para escándalo del país entero. Una factura política demasiado alta para el PRI ante la inminencia de las elecciones presidenciales. Su detención se dio por el supuesto compromiso de Peña Nieto en contra de la corrupción. Políticamente venía de perlas. Y segundo, porque de esta manera, y a pesar de Yunes, se le ofrecía a Duarte el blindaje de protección ante futuras acusaciones.

Ahora entendemos de qué se ríe Javier. Tiene apenas 46 años y seguramente algunas décadas de vida por delante para vivir, literalmente, a cuerpo de rey.

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