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No es el poder por el poder

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“De pronto ya no eran tus amigos, ya no eras bien visto en la sociedad, te dejaban de hablar, te retiraban la amistad, el habla, porque era como tacharte de lo peor”. Así describe Javier May el estigma social y acoso policiaco que sufría quien se mostraba partidario de Andrés Manuel López Obrador, situación que él mismo vivió y padeció hasta el grado de ser encarcelado.

A diferencia de los primeros seguidores del candidato del Frente Democrático Nacional, que se sumaban por su trayectoria política partidista, el comalcalquense lo hizo desde su liderazgo social y religioso en una comunidad eclesial.

Con un grupo de jóvenes de la Perla de la Chontalpa, donde trabajó en un taller mecánico, empezó a desarrollar proyectos que implicaba la organización de pequeños productores de cacao, a finales de 1990, y fue entonces que conoció a López Obrador y se suma al naciente PRD.

Luego de coordinar las campañas de Oscar Rosado, para presidente municipal, y de Estrella Olivé, para diputada, decide afiliarse a las filas del partido del sol azteca. El fraude electoral en esas elecciones lo impulsan a apoyar el primer éxodo por la democracia que encabeza López Obrador, una marcha de más de mil kilómetros que culminaría a principios de enero de 1992, en el gélido Zócalo capitalino, donde apelaron la intervención de autoridades federales.

“Me integro al PRD. Nos toca el éxodo de 1991, cuando se da la elección y el fraude, que se fue a reclamar (a la CDMX) para que se reconociera el triunfo en los municipios de Cárdenas, de Macuspana, de Nacajuca, que se limpiaran las elecciones.

“En ese tiempo, se reconoce el triunfo de Cárdenas, un consejo municipal, encabezado por Carlos Alberto Wilson; un consejo municipal en Macuspana, encabezado por un priísta, y en el municipio de Nacajuca, de igual manera”, recuerda. Memorioso, May menciona a compañeros que formaban parte de un grupo muy reducido, pero con gran convicción política para fundar una democracia sin simulaciones, como Dorilián Díaz Pérez, Nicolás Heredia y Julieta Uribe.

“Había mucha base, mucha militancia. Era el despertar del pueblo. No había muchas opciones y era muy difícil luchar contra el régimen”, comenta.

Tanta era la fe de los militantes que hasta ponían de su bolso para realizar proselitismo. Si el partido oficial contaba con vehículos, dinero, vales de gasolina, oficinas, los primeros perredistas carecían de todo. Y encima tenían que aguantar el linchamiento social y político, que para todo apretaba con sus grandes tentáculos.

“Todavía se da, ahora más sofisticado, pero en ese tiempo era persecución. Te detenían, llegaba la intimidación, grababan las reuniones, intimidaban a la gente. Era muy difícil, porque cuando había una movilización, por ejemplo, una vez que llagaba (Carlos) Salinas a Tabasco, no podíamos conseguir transporte público. Era movilizarnos en camionetas, en camiones de redila, de carga. Fue muy complicado, fueron tiempos muy difíciles”, asegura.

Pese a la superioridad de fuerza del Estado, ellos vencían su miedo, el desalojo, el gas lacrimógeno, las garrotizas, el estigma de la prensa, con sus convicciones, como parte de la resistencia civil pacífica a la que les convocaba López Obrador.

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