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abril 16, 2024

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No hay remedio, señor peña. Tiene que ponerse a trabajar. Faltan apenas ciento trece días para que termine su mandato. ¿Me sincero? Creí que no llegaría hasta aquí; la medicina del poder no es sólo afrodisiaca sino igualmente estabilizadora mental y emocional sobre todo en un país presidencialista no acostumbrado a hacer valer el concepto de soberanía popular. Por eso, usted sigue gobernando a pesar de los genocidios, la corrupción ingente y la torpeza evidente por su desconocimiento de la geografía, de la geopolítica y hasta de su entorno. Por eso perdió su partido y usted será derrotado, definitivamente, por la historia.

Ya sabemos, de antemano, que peña nieto no reparará en lo anterior y dejará un enorme legajo de hojas en el Congreso para cumplir, literalmente, el ordenamiento constitucional –su sexto y último informe– sin necesidad de confrontar y responder las agudas interrogantes de una oposición convenenciera y hasta comodina. Luego habrá posicionamientos estériles, las comparecencias de algunos secretarios de Estado y el largo intercambio de opiniones, algunas ofensivas y de relumbrón, sin que las condiciones y causas de cada grupo parlamentario. Los diputados y senadores, como es costumbre, se limitarán a dialogar con los colaboradores del presidente mientras éste evita dar explicaciones de cara; mejor para él, no vaya a ser que se equivoque y confunda la sede del Legislativo con la Suprema Corte de Justicia.

Tampoco peña dirá la verdad en cuanto a la inseguridad pública, dispersa por todo el país ni acerca de la guerra entre las mafias, la oficial y la de los cárteles que no disminuyen sus exportaciones hacia el mercado de consumo mayor del mundo, las tierras de Trump. Ni explicará las condiciones impuestas por Estados Unidos –la presencia de marines camuflados dentro de la Marina Nacional–, para simular mil batallas cuando las agencias de inteligencia del norte son las que regulan los mercados para mantener precios y mercancías y así evitar un colapso social. Metanfetaminas y cocaína se venden desde las oficinas estresantes de Wall Street hasta los barrios perdidos de Los Ángeles.

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