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Acababan de tener lugar las elecciones presidenciales, en julio de 1988, cuya “caída del sistema” favoreció Carlos Salinas de Gortari, candidato del Partido Revolucionario Institucional, sobre el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, que encabezaba una coalición amplia opositora, surgida de corrientes democráticas disidentes del tricolor, pequeñas fuerzas políticas históricas y organizaciones sociales obreras, campesinas y estudiantiles.
El ambiente era de consternación y rabia ante una Comisión Federal Electoral sumisa a la voluntad del Presidente, que despreciaba el sufragio de millones de mexicanos deseosos de un cambio en el país.
Fue en este ambiente enrarecido de persecución y autoritarismo a nivel nacional, que el aún director de Promoción Social del Instituto Nacional del Consumidor, Andrés Manuel López Obrador, recibió la invitación para contender por ese mismo Frente Democrático Nacional para la gubernatura por Tabasco.
Fueron el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo quienes se los propusieron al tabasqueño. Como ellos, Andrés Manuel había querido democratizar al tricolor, pero en su deseo, el entonces gobernador Enrique González Pedrero –que dejaría la Quinta Grijalva para dirigir la campaña presidencial del recién declarado ganador de la contienda, Salinas de Gortari– había terminado por pedirle la renuncia.
El tepetiteco llevaba cinco años alejado de su partido, viviendo con su esposa Rocío y su hijo José Ramón, de apenas seis años, en la avenida Copilco de la Ciudad de México. No obstante, Cárdenas y Muñoz Ledo se habían informado bien de la vocación social y de simpatía que entre los chontales gozaba el exdelegado estatal del Instituto Nacional Indigenista.
En el libro El poder del Trópico (Editorial Planeta, 2015), Andrés Manuel consigna este momento decisivo en su vida: “En 1988, me tocó tomar otra decisión importante en mi vida. Acepté ser el candidato del Frente Democrático Nacional (FDN) a la gubernatura de mi estado. ”.
Sus cálculos eran realistas, aunque no tanto con lo que sucedería. “Tabasco era un estado muy corporativo donde todo giraba alrededor del poder público y no había una cultura democrática. Sabía que no ganaría la gubernatura, pero estaba convencido de la necesidad de iniciar un trabajo de organización ciudadana para el futuro”, anotó.
En el libro AMLO, vida privada de un hombre público, Jaime Avilés recoge la historia como se la contó el tepetiteco: “El mismo día que veo a Cárdenas y le digo que sí, me viene esta depresión, esta crisis y voy con Rocío y le digo: está pasando esto, ¿cómo voy a enfrentar esto sino tengo fortaleza interna?, ¡no voy a aceptar, no voy a ir. Y regreso a ver a Cárdenas el mismo día en la tarde o al día siguiente, no recuerdo bien, a decirle que siempre no. Bueno, a partir de que dije que no, me sentí una bazofia… ¡Fue peor! Me sentí indigno, cobarde, fue mayor la crisis por rajarme. Me acuerdo que Cárdenas me dijo: véalo con calma”.
Andrés Manuel sopesará bien la situación.