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La defensa de la autodeterminación de los pueblos, a través de la Doctrina Estrada, es fundamento de la diplomacia mexicana si bien con la derecha en el poder se agrietó este valladar indiscutible para frenar los múltiples acechos de los poderosos algunos de los cuales se convirtieron en intervenciones, incluso tecnológicas y hasta ideológicas, durante los siglos anteriores y el actual. A vuelo de pájaro podríamos concluir que la tragedia real de México es la de no haber sido libre, verdaderamente libre, en ninguna época; pero, ¿quién lo ha sido?

No pocos aducen que la postura del presidente López Obrador respecto a la crisis venezolana significó un apoyo a la dictadura de Nicolás Maduro Moro, quien dista mucho de ser como su predecesor en cuanto a convocatoria, control interno y defensa de la soberanía de su país; muchas veces escribí que hubiera deseado que algún mandatario mexicano hubiese sido tan firme como él en la protección de los grandes intereses de nuestro país en la era de mayor entreguismo, desde el régimen de miguel de la madrid hasta el de peña, quien debiera estar en condición de prófugo, pasando por los doce años de las ominosas administraciones de la derecha en donde se llegó al extremo de romper con los principios torales de nuestra diplomacia para aceptar el cúmulo de condiciones de USA contra nuestra pobre economía y nuestra devastadora desigualdad social acrecentada, al máximo, por el neoliberalismo empobrecedor y miserable.

Por ello Chávez llamó “cachorro del imperio” a fox aunque tal epíteto nos cayera en el hígado a todos los mexicanos. De igual manera dejamos de ser aliados, de facto, de la Cuba de los Castro –dictadura para muchos, incluyendo a Chávez quien así lo dijo en su arranque presidencial–, pero que representaba un enorme muro de la razón contra la pretendida hegemonía norteamericana. Perdimos mucho, en esencia, al hacer un lado la dignidad y el decoro para asegurar, de rodillas, la continuidad política en una nación que demandaba un cambio de verdad y no una brutal simulación en la cúspide.

De allí la trascendencia de la irreversible convocatoria del gobierno mexicano por mediar en la compleja conflictiva de Venezuela SIN tomar partido aunque con ello se termine la ambigua y hasta cursi relación con la Casa Blanca del anaranjado Trump, un fenómeno de la naturaleza empeñado en gobernar al mundo bajo la fútil sentencia de que es el “líder del mundo libre” que se adjudica a los mandatarios norteamericanos siempre y cuando estén alineados los demás a los caprichos y estridencias de Washington.

México es mayor a los desafíos, incluyendo sus frecuentes traspiés políticos, y está de pie. No caigan los extremistas en la trampa de la injerencia porque con ello abrirían un surco inmenso para colocarnos la soga al cuello siendo, además, vecino de la mayor potencia militar del mundo aunque ya compite en cuanto a la solidez económica con Rusia y los gigantes de Asia que conformaron un muro para evitar asonadas en Sudamérica, como ha ocurrido en otras ocasiones, comprometiendo el destino del mundo.

Menos mal que todavía existen equilibrios.

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