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La disyuntiva

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El inicio de año dio cuenta, hace apenas unos días, de uno de los mayores desafíos que amenazan con desviar el rumbo y destino del presidente López Obrador: las complejas relaciones con los Estados Unidos cuyo mandatario, el “pato” Donald Trump, parece empeñado en tomarle la presión a su colega mexicano para valorar hasta cuánto puede aguantar; todo ello al influjo de una sostenida repulsión social hacia los migrantes centroamericanos olvidando que en la misma situación, o peor, se encuentran nuestros compatriotas que logran cruzar el Bravo gracias a los “polleros” bien relacionados.

El hecho es que desde el amanecer del Año Nuevo las perspectivas oscuras crecieron al conocerse la represión de ciento cincuenta hondureños dispersados con gases lacrimógenos arrojados desde el territorio de USA hacia México por agentes de la Border Patrol. Si bien puede alegarse que tales contaminantes fueron “disparados” desde territorio estadounidense el hecho es que cayeron sobre nuestro suelo y tal ameritaría un severo llamado de atención de nuestra Cancillería antes de que las afrentas, porque no ha sido solo una vez, se multipliquen.

Es preocupante que no se haya dado pronunciamiento alguno de nuestro gobierno sobre este hecho ni acerca de cómo debiera darse la política sobre la migración para evitar situaciones tan graves como la de Tijuana, en particular, desde donde se envían mensajes provocadores hacia Honduras y otros países –El Salvador y Nicaragua, sobre todo–, para “invitarlos” a formar la comunidad “Honduritas”, al filo de nuestra frontera norte, alegando que la tierra bajacaliforniana, o la porción ocupada por los marchistas, ha sido ya conquistada e incluso pagada por el gobierno de Estados Unidos al de México y ya no le pertenece a nuestro país.

La aberración descrita, falsa rotundamente, es también un conato de rebeldía de los migrantes invasores que ya reclaman derechos a las autoridades mexicanas y no sólo ayuda humanitaria. Todo ello en un marco beligerante armado desde la Casa Blanca que llegó al extremo de “cerrar” el gobierno como modo de aguijonear al Capitolio en demanda de recursos para la construcción del muro de la infamia en tanto México accede a pagarlo seguramente multiplicando por tres como suele ser la conducta de los agiotistas internacionales.

Para colmo también desde el interior del país las advertencias crecen: los cárteles dominantes dictan que alcaldes y gobernadores se sometan; y si no hacen, como parece fue el caso del alcalde de Tlaxiaco, Oaxaca, son asesinados sin el menor recato. Para el gobernadorcito Alejandro Murat tal no fue un problema, pero le costó la vida a Alejandro Aparicio Santiago, el munícipe acribillado el día de su asunción municipal, y con ello seguramente sometieron a los demás resistentes.

Esta liga debiera ser el punto de partida para iniciar, en serio, el combate contra la honda corrupción generalizada en los narco-estados. No valen nimiedades cuando el agujero es tan profundo. Sirva lo anterior como un llamado urgente al presidente de la República.

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