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Aunque a los muchachitos les falta todavía encontrarse con los Reyes Magos –con el negrito Baltasar al fondo, como designio infalible–, los adultos comienzan a recoger las cenizas, los restos de la piñatas, los alimentos sobrantes que, la verdad, pocas veces se consumen –en vez de donarlos a alguna casa de asistencia–, hasta recuperar a las compañías ineludibles de los últimos años: la impotencia, acaso el rencor y la apatía política que nos debilita, a cada rato, como factura del insuperable, hasta hoy, temor social.
Concedo que no es amable iniciar 2019 con una escala de pesimismo pero, por desgracia, cualquiera otra cosa, estando como está la realidad, sería tanto como caer en el hondo abismo de la demagogia sin redención posible. Y, francamente, prefiero lo primero aunque se me acuse de ser una especie de cuervo maldito contador de las oscuras reseñas sobre las infestadas e infectadas cuevas de la incivilidad y el despropósito políticos. No es que me guste el papel, pero la vocación, a través de poco más de cincuenta años de profesión, me impulsa a arrebatar del rostro de nuestros lectores las vendas de la impudicia y la simulación, las armas preferidas del establishment.
En fin, como viene sucediendo en cada sexenio incluidas sendas alternancias en el poder Ejecutivo federal, nos vemos obligados a iniciar el primer ciclo anual del lópezobradorismo, el de la esperanza que aseguró se sobrepondría a los villanos que rompieron con cuanto de bueno aportaron los héroes de la “bola”.
¿Cuántos en este 2019 están listos a convertir a la política en el modus vivendi más exitoso de cuantos existan en el complejo andamiaje de una comunidad, cada día, más devaluada e inconsistente? Por ello perviven los grandes ladrones, asesinos y capos con pieles de oveja, dentro del territorio oficial sin que podamos actuar contra ellos. Y con ellos las sospechas sobre las muertes de Erika y Rafael Moreno Valle, los caciques de Puebla que llora la ultraderecha.
Es curioso, cada día, más lectores reclaman señalando supuestas omisiones acaso pretendiendo que, en unas cuantas cuartillas, recojamos todas las inmundicias del pasado inmediato… para luego quejarse de la maloliente sensación de la “intolerancia”. Por ejemplo, si señalamos a la aún poderosa “novia de Chucky”, de regreso en su hogar de Polanco en la Ciudad de México, no faltan quienes exigen caballerosidad en una época en la que el clamor por la igualdad es columna vertebral de la convivencia; y otros, enseguida, estiman que no citar a Carlos Romero Deschamps, el hampón petrolero, en tal o cual artículo significa ¡que nos hemos vendido al mejor postor!
La mala fe no alcanza a salpicarnos, desde luego, pero exhibe el tremendo nivel de incongruencia que surge de la ignorancia y el dolor colectivos.