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¡Qué baje el telón!

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Al fin, terminamos con 2018. Cada quien puede observar sus saldos personales y algunos hasta se entusiasman por ellos. En el fondo de cada conciencia, sin embargo, anida la desesperación, la impotencia y la rabia contenida. Si quienes ejercen el poder no lo percatan, peor para ellos. Hay que avisarles: 2019 no será tranquilo ni pueden esperar que la sociedad siga cruzada de brazos ante el espectáculo grotesco de una clase política represora, asesina y profundamente ignorante y desconocedora de la geografía nacional. No es posible soportar más.
Desde luego no es misión de este columnista estelarizar el papel de aguador de fiestas en esta noche que esperamos tranquila y sin avisos de Apocalipsis como en las respectivas efemérides de 1994 y 2012. Sin embargo, es necesario reflexionar, una y cien veces si es necesario, cuáles son nuestros deberes primigenios empezando con el bienestar de la familia que no se agota con una buena cena de fin de año; lo trascendente es legarles a quienes nos siguen un México con justicia y libertad. ¿Y cuánto hemos andado en esta dirección? Veamos hacia atrás y resolvamos esta interrogante en lo más profundo de nuestras conciencias. De no hacerlo, el tiempo pasará y nos convertiremos en cenizas sin posibilidad de redención.
Nos duele México aun cuando, en familia, tratemos de consolarnos unos a otros, observando los pesebres hogareños que nos guían todavía con la esperanza de la estrella que se posó en Belén como demostración de que la humildad es el mejor ingrediente para ejercer el liderazgo, en este caso el divino, el más alto de todos, sobre las sociedades convulsionadas
Vivimos entre el odio y la violencia. ¡Ay, si lo entendieran los gobernantes, de ayer y hoy, que nos agobian y afrentan precisamente con la soberbia que es origen de la prepotencia y la ceguera ante las terribles heridas sociales!
Quizá algunos lectores –y lo entiendo– lean estas líneas pareciéndoles fuera de lugar, incluso molestas en una tarde-noche en la que suele brillas la euforia, exaltada por los vinos de marca o el alcohol destilado según sea el nivel de cada quien en una comunidad plagada de desigualdades extremas; pero es necesario recordarlo así como los romanos triunfadores llevaban al pie de su carroza, durante los desfiles con olor a gloria, a un servidor que les decía constantemente al oído: “recuerda que eres humano”. Y comprendían así que la perentoria exaltación terminaría junto al despliegue de sus tropas. Nada más, como no tiene un día más un sexenio ni un año como el que hoy termina.

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