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Cada año es lo mismo. Algunos me preguntan por qué me duelen tanto las ausencias y no me aferro a las presencias en estos días de Navidad; suele suceder, en mi caso, que las primeras son más cada año y las segundas suelen regatear sus afectos o concentrarse en otras mesas más espléndidas de las que puedo brindarles. En estos vaivenes de mi profesión nunca sé, a ciencia cierta, si cenaré pavo –ayer no lo hice–, o me acerco, a pasos agigantados, al estatus de los sabrosos nopalitos que llenan de alegría a millones de mexicanos para quienes el calor de la familia es más importante que cualquiera otra cosa.
En política, en cambio, apenas hay tregua. El presidente de la República, acaso siguiendo con más énfasis el estilo echeverriano, no suele dejar un solo día sin intentar ganar las ocho columnas cotidianas incluso al célebre ícono rojo de la Coca-Cola, el entrañable Santa Claus en quien dejé de creer hace tantos años que no me acuerdo. Lo mismo debe sucederle al mandatario cuyas ofertas desfilan, cada veinticuatro horas, por los salones del Palacio Nacional en donde, claro, intenta provocar alguna nota espectacular para acreditar que nadie, a través de tantos años, ha trabajado más. No a los sesenta y cinco años, desde luego.
Se acerca el tiempo de los propósitos para 2019 y López Obrador ha divulgado tantos como si presagiara algún corte de camino indeseable. No es para tanto, creemos. Sin embargo creemos en firme que una presidencia democrática se condolida con la capacidad de la dirigencia para saber rectificar aunque sea de manera tardía; ya lo hizo el mandatario respecto a las prerrogativas económicas de las universidades –en la Ciudad de México y en Hidalgo, cuando menos–, y parece que su esposa le ha puesto a pensar sobre los tiempos perdidos en los aeropuertos –con la inquietud de quienes se lo encuentran en sus vuelos–, y acerca de su seguridad tan expuesta por sus constantes baños de pueblo que son como él mejores a las nutrientes alimentarias –le gustan mucho las hamburguesas McDonalds, como a mí, y también el pavo de monte ya tan escaso pero exquisito–.
Por lo demás las cosas se mantienen iguales. En la Cámara de Diputados hace apenas una semana ocurrió un auténtico zafarrancho al estilo de la era radical de la izquierda tras el descarado fraude electoral de 2006. ¿El motivo? La aprobación forzada de la Ley de Ingresos para 2019 con el enfoque del mayor cinismo conocido: los autores de los gasolinazos, los gremios del PRI y el PAN, se insubordinaron porque exigían bajar los precios de los combustibles que sus gobiernos, específicamente los del alcohólico calderón y el ladrón-asesino peña, instalaron a la par con la reforma energética, ya en los tiempos del segundo citado, como la mayor falacia recordada por este columnista.
Y, mientras, la Suprema Corte de Justicia, desde donde partió la idea de reducir sus estipendios sin señalar fecha ni cuantía, recibió cuatro mil setenta millones de pesos sólo en prestaciones durante el año por terminar a Dios gracias. La misma insolente marranada de otros años con un nuevo gobierno que pretende, con razón, dar una vuelta de tuerca.
Como dice el dicho: en México no pasa nada y todo sigue aparentemente igual.