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Nadie duda que el “pato” anaranjado, Donald Trump Macleod, pelea hasta con su sombra si observa que no le sigue con los movimientos del sol o desaparece en los túneles enormes que forman las decisiones urgentes de un gobierno tan cuestionado por su xenofobia y su racismo. El largo andar de los Obama, durante ocho años, por la Casa Blanca, no sirvió para vindicar a los afroamericanos ni para detener las fobias de superioridad de los estadounidenses belicosos que no perciben ni valoran sus propias existencias a cambio de sostener a la poderosa industria armamentista de su país en busca de las reservas naturales de las “soberanías” ajenas.

Trump llegó –este columnista no se equivocó y anunció que vencería en las urnas desde meses atrás de los comicios de noviembre del pasado año–, con cajas destempladas y amenazas que, poco a poco, han sido cubiertas por la intolerancia extrema, por ejemplo, contra los mexicanos; el propio Carlos Slim Helú, quien mantenía relaciones comerciales con él, se alejó del mismo pero sin retirarlo de sus nóminas. Tal dio lugar a arribo de otros personajes relevantes, de nuestro país, quienes, cuál si fuesen inmigrantes con pretensiones de quedarse y con mayores derechos, rodearon al magnate y apostaron por apostarse a la Casa Blanca a sabiendas de la vulnerabilidad de nuestro gobierno y los torpes escarceos políticos de los operadores peñistas tan ciegos como los caballos de pica, esto es con los ojos vendados para evitar correr ante el peligro.

El caso es que quienes se extrañaron del arribo del empresario neoleonés Alfonso Romo Garza, al círculo más cercano de Andrés y su Morena, bajo la obsesión de crear una estructura personal, y única, para acceder a una tercera campaña presidencial. Como ya no confiaba en nadie en la izquierda, o en muy pocos, optó el icono por formar su propio partido y ser él, nada más, quien dispusiera cuanto fuera necesario para abrir las puertas a algunos renegados de otras corrientes e ideologías; por ello, claro, Romo –antiguo aliado y proveedor del foxismo–, encajó y no hubo siquiera necesidad de dar explicaciones al respecto.

Lo cierto es que su socio fox, claro, calificó a Romo como “hijo de Hitler”, por considerar que pretendía aglutinar en torno suyo, bajo falacias, esto es supuestos engañosos, a los sectores patronales convirtiéndose en una especie de gurí como lo fue, hace ya varios lustros, don Juan Sánchez Navarro, cuyo espíritu merodea todavía, cada viernes, por los desayunos del grupo fundado por él. A Romo, claro, le falta mucho para compararse con el extinto patriarca de los empresarios.

Pero es el caso de que Andrés calificó a Romo como “un garbanzo de a libra”, una medida muy anglosajona. Con la información que tengo, fue el neoleonés intocable, quien acercó a Andrés con Trump y lo hizo tan bien que el “anaranjado pato” de la historieta quedó impresionado de cuanto jugo puede sacarle a la “izquierda responsable” de México. Hasta aquí por hoy.

Con tal aval, Andrés está a dos días de superar el muro que el sistema le impuso desde 2006 para evitar su arribo al Palacio Nacional con Los Pinos deshojados, abandonados y las puertas abiertas para quienes quieran conocer la opulencia.

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