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México sin chantajes

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Con la apabullante mayoría de Morena, la LXIV Legislatura –sesenta y cuatro–, comienza a trabajar sin despegarse todavía del mayor de los vicios de nuestro sistema: la sumisa actitud de los diputados y senadores que componen las fracciones vencedoras respecto a la voluntad presidencial que se traslada al Legislativo, sin detenerse en el principio de la autonomía entre los poderes que forman la Unión y el gobierno, como parte del sello, o del “estilo personal de gobernar”, como enfatizó el maestro Daniel Cosío Villegas hace más de medio siglo, de cada mandatario.

Andrés Manuel López Obrador, presidente electo de este país y con la mayor escala de popularidad de la que haya gozado un mandatario –muy superior a la de fox en 2000 cuyo declive, además, fue casi inmediato–, no ha podido liberarse de las heredadas “tradiciones” autócratas de otros tiempos y, por ello, manifiesta su interés en legislar, a su gusto, aprovechando los largos tres meses –un poquito menos ya–, que lo separan de su asunción presidencial en el RECINTO que disponga el propio Congreso de la Unión. Lo deseable sería llevar adelante la ceremonia en San Lázaro y no en el zócalo, con los consiguientes riegos de logística, como propone Javier Hidalgo, uno de los neomorenistas demagogos.

Andrés Manuel López Obrador quien alcanzó el 53.4 por ciento de los sufragios oficialmente contabilizados –acaso fueron más conociendo las triquiñuelas casi invisibles de los oficiantes de la manipulación–, ha descendido cinco puntos en las preferencias públicas, situándose en 48 por ciento de aprobación según estudios publicados por el grupo Aristegui, no debe desdeñar el hecho de que el aval popular irá desvaneciéndose en la medida como ignore el clamor general contra algunos engendros –ya son varios-, atraídos por él y cuyos nombres enardecen porque están ligados, sin lugar a dudas, al viejo régimen.

Sólo falta que llame a sus filas a carlos salinas de gortari, gran bailarín al ritmo de ¡Tiburón, Tiburón! –no entiendo cómo quienes lo descubren lo dejan pasar atemorizados–, y apunte hacia el “derecho” a las segundas oportunidades. Ya ocurrió así en Perú con Alan García y quienes fueron sus gobernados, tras la reelección del personaje, rompieron sus vestiduras avergonzados por el desastre; ahora tienen un rey… pero en el toreo.

Es hora de que el Congreso actúe sin líneas presidencialistas, ni amagos de chantajes de una minoría rota y desprestigiada que no tiene siquiera cara ni fuerza para servir de contrapeso, arraigada a sus vicios y dirigencias obtusas, amorales y bajo escrutinio público. Y este es el riesgo mayor: la ausencia de una fracción, medianamente prestigiada, lista a batallar con las imposiciones presidenciales –lo que no quiere decir una obcecada negación a cuanto pueda resultar favorable–, cuando éstas se produzcan y caminen sobre la senda luminosa encendida por los incondicionales. Tal sería la mayor afrenta para la incipiente democracia.

Queremos un México sin chantajes ni retornos hacia el pasado, como el que representa Elba Esther. Y siempre creímos que Andrés, el presidente electo, estaría en la misma línea. ¿Lo está?

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