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El mando

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A tres meses y media de distancia de la asunción presidencial puede decirse, sin temor a equivocarse, que el relevo en el mando ya cambió… aunque, en realidad, el mandatario, en cierne por ahora, debe entender que su función es la de OBEDECER a la soberanía popular, exaltada por él mismo, y no ordenarle a ésta como lo han hecho sus predecesores pisoteando las banderas sociales y los intereses de la colectividad. Así lo expresa la Carta Magna y lo sostienen las definiciones acuciosas de la lengua española.

Viene a colación el tema porque, en este momento, no faltan quienes insisten en que no debe perderse de vista la jerarquía presidencial de peña nieto, hasta el 1 de diciembre, aduciendo la ausencia de funciones del presidente electo quien deberá esperar los más de cien días de distancia hacia la realización de su sueño político, casi un afrodisiaco para él, estimulado por millones de mexicanos quienes no le retiran su aval y están prestos a defenderlo hasta con los dientes si fuera necesario. Ningún capital político puede compararse con esta realidad simple y llana.

Pero, las diferencias entre la teoría y la praxis es enorme. Una cosa es la que está escrita y otra, muy diferente, lo sucedido en la vida real; en el caso de México, podemos hablar de las consecuencias de haber sido formados en la línea presidencialista que derivó en el vergonzoso hecho de considerar a la corrupción como un modus operandi intrínseco a las funciones de los ejecutivos, tanto del sector privado como del público. Se atribuye a López Mateos una sentencia terrible:

–Cada mexicano tiene metida la mano en el bolsillo de otro mexicano… ¡y pobre de aquel que rompa la cadena!

Por desgracia así ha sido, y más aún desde el arribo del neoliberalismo que confluyó hacia la exaltación de la derecha cuyas cumbres, fox y calderón, traicionaron todo concepto de democracia para caer en el abismo de la inmoralidad pública no exenta de crímenes de lesa humanidad. La “guerra” de calderón, por ejemplo, y la parálisis política de fox, hicieron un daño irreversible a México que se encaminó a los veneros de peña nieto, el peor de todos. ¡Y luego se preguntan por qué ganó, arrolladoramente, Andrés Manuel!

Es obvio que, además, la vieja “cargada” esperó hasta ahora, cuando ya el vencedor del 1 de julio fue investido presidente electo, para arrinconarlo y, en su caso, aislarlo de quienes, pueblo al fin, realizan filas para verlo sin el privilegio de otros, incluyendo a empresarios de peso completo y adversarios desfondados, con acceso rápido y directo. Es explicable, claro, por razones logísticas más que políticas.

No tengo duda de que, en los hechos, el relevo presidencial ya se produjo. Y en este sentido, López Obrador es quien dispone de la fuerza y el liderazgo para resolver enredos, llevar adelante diligencias judiciales bajo la mesa, y hasta proponer iniciativas –como la refundación de la Secretaría de Seguridad Pública–, a la próxima legislatura cuyo inicio solemne será dentro de quince días aunque, bien se sabe, que peña no encarará a un Congreso formado por una inmensa mayoría de quienes lo repelen y una minoría, casi inexistente, de priístas reacomodados en las curules y escaños de la última fila.

Andrés puede decir que adelantó sus funciones y procede en consecuencia.

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