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El Estado de Israel, siempre bajo la discusión del radicalismo acendrado –existen temas que convergen hacia un maniqueísmo bastante grotesco–, se fundó tras los horrores del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Quienes combaten al sionismo universal insisten en negar las múltiples evidencias del horror, las cámaras de gases y las imágenes de esqueléticos rehenes que dejaron sus vidas en los campos de concentración nazi, acaso el más abominable de los racismos que la humanidad ha concebido.

El caso es que, desde el descubrimiento de barracas y fosas con cadáveres amontonados, huesos sobre huesos, la comunidad internacional, a través de la recién fundada entonces Naciones Unidas, determinó que Alemania, devastada también, pagara una alta indemnización por cada uno de los judíos asesinados a mansalva, quemados y afrentados, además de que los nazis sometieron a sus mujeres a la prostitución más vil, para que con ello, poco a poco, pudieran conformar su patria luego de cientos de años de ser nómadas con escasos derechos en los pueblos donde anclaban.

¿A qué viene esto? Sencillamente como efecto de las tantas misiones extranjeras que se han acercado al futuro presidente de México, con bastante más que buenas intenciones y sonrisas para la foto, además de misivas “casi” románticas entre el huésped perentorio de la Casa Blanca –quien le llama Juanito Trump por el supuesto parecido con él lo que es, en sí, una enorme majadería–, y el propio Andrés a quien, a cuatro meses de distancia de su toma de posesión, vigila más su salud e igualmente traza una ruta menos áspera para la transición inevitable con los priistas pisando sus propias colas y los panistas debatiendo liderazgos entre quienes han estado ocultos en los últimos años.

Van y vienen estadounidenses, canadienses, españoles, sobre todo, y no sé cuantos más que se pelean por una audiencia con López Obrador; incluso, en el despertar latinoamericano, no sé cuántas frustraciones se han dado en la última centuria y los años que llevamos del tercer milenio, los mandatarios de Centro y Sudamérica parecieran buscar, en quien portará la banda presidencial en nuestro país a partir del 1 de diciembre –y por cinco años y diez meses, esto es hasta el 30 de septiembre de 2024–, a un líder moral para formar un bloque que pudiera ser paralelo a las hegemonías reinantes. Y puede lograrse como pudo estructurarse desde 1986 cuando la cobardía de miguel de la madrid lo impidió.

La cuestión es aguda pero históricamente válida. México debería exigir una indemnización al Reino de España por cada nativo acribillado durante la invasión de Cortés y hasta el fin de la Colonia infecta; también por las afrentas bélicas de los Estados Unidos y la continua explotación de nuestros recursos, esclavizando a los obreros, por parte, sobre todo, de Inglaterra y su protectorado Canadá que siguen inclinando la cerviz ante Isabel II.

No habrá igualdad si tales cimientos no se limpian de tanta sangre derramada y tanto saqueo que nos llena la cara de vergüenza e indignación.

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